Los lagos nevadaos de Madison, Wiscosin. Capital del estado. Mes de marzo. La primavera aún dista mucho de llegar a estos lares. La verdad es que no me entusiasmaba mucho llegar al lugar de la conferencia a la que me habían invitado. Pero iba. Cansada, con catarro , y sí, un poco ansiosa, iba. No podía dejar pasar esta oportunidad.
Un grupo de estudiantes graduados y de profesores de la Universidad de Madison, Wisconsin, había organizado una conferencia de escritores iberoamericanos en la era de la globalización. Es la primera de su índole. Ya anteriormente se habían celebrado conferencias parecidas en España. Parecidas, pero no iguales, las dos en Casa de América. Pero esta vez, la lista de invitados era corta.Todos pertenecíamos a una misma promoción generacional. Todos habíamos sido estudiados, es decir, que habíamos sido motivo de mesas en conferencias, números especiales de revistas, tesis doctorales...Y todos habíamos ganado un premio internacional. Tal parece que habíamos traspuesto una suerte de “umbral” literario. Que estabamos llegando a algo así como a una etapa de “consolidación de trayectoria literaria”.
Madison podía ser frío, estar lejos, pero yo esa conferencia no me la iba a perder. He estado esperando la vida entera para ser invitada a una conferencia de este tipo. Al fin se me brindaba la oportunidad.
Llegué a Wisconsin luego de casi 12 horas de viaje. Cinco desde PuertoRico a Chicago, aterrizando tarde. Perdí mi conexión. Luego de tres horas de espera, nos asignaron un avión al cual se le habían congelado las alas y hubo que “descongelarlo”, como a un pollo de freezer, con toda la tripulación y pasajeros dentro. Me sentía como un extraño parásito avícola en aquel artefacto volador descongelado, esperando que amainara la nieve para poder despegar. Partimos al fin. Cuatro horas de espera en Chicago para un vuelo de 23 minutos. Un altísimo mexicano llamado Oscar me esperaba, a la una de la madrugada, en el desierto aereopuerto de Madison. En el camino, pescamos un amortiguado pedazo de pizza de queso. Mastiqué, hambrienta, con frío. Luego dormí como un lirón.
A la conferencia estabámos invitados Jorge Volpi (el peso pesado de México, ganador del Seix Barral del 2000) , Edmundo Paz Soldán ( el narrador más importante de Bolivia, a quien conozco desde el 1992), Mario Mendoza ( Premio Seix Barral, Colombia) Marta Sanz (quien junto a Belén Gopegui es la narradora española joven de mayor presencia en el movimiento del neo-realismo español, finalista del premio Nadal de novela), Pedro Mairal (ganador del Premio Clarín de novela), Cristina Rivera-Garza (Premio Sor Juana Inés de la Cruz), Ricardo Chávez (finalista del Premio Hammett de Novela Negra y fundador, junto con Volpi de la generación del “Crack”) y yo. Aunque con algunos de ellos, me había presentado antes –con Volpi en Gijón y en Guadalajara y con Edmundo en prácticamente todas partes- esta era la primera vez que nos mostrábamos como una “generación consolidada”. No había competencias, ni divas, ni acólitos. Todos nos habíamos leído y nos saludábamos como viejos amigos, abrazándonos al punto de vernos, apartándonos a contarnos las vidas desde la última vez que nos habíamos encontrado. Que cómo le iba con la nueva novela a Cristina , si seguía persiguiendo a las lectoras de Pizarnik. Que si Volpi se volvía o no a México desde San Sebastián con su novia. Ytú Mayra ¿te casas de nuevo?, me cuentan que ahora andas con un periodista. Pero Edmundo, ¿tú no te andabas divorciando? Yo, enamoradísimo de mi Juana, comentaba Ricardo. Y así todos. Tanto hablamos de “asuntos extra-literarios” que comenzamos a jugar con que la conferencia tenía dos “sesiones”- una de pura y dura discusión literaria, y otra “sesión de autoayuda para escritores latinoamericanos en la era global”, que era una entrecortada telenovela de amores y odios, pelea con editores, y ganas de seguir escribiendo.
Lo que se presentó en Madison Wisconsin me dejó perpleja- la multiplicidad de los acercamientos a lo global, las discusiones y llamamientos a una nueva “configuración subjetiva” que encare lo aislante de las tecnologías en la era de la post-industrialización, el lugar del escritor latinoamericano en la complejísima red del mercado de la producción cultural internacional. Ya saldrán las ponencias publicadas. Pero, si algo me quedó claro es que se cuaja una generación “global” como “global” había querido Martí que fuera América. Nos estamos leyendo (los escritores). Nos estamos conociendo mejor. Ojalá que el contacto siga abarcando más espacios además del cultural. Espacios de periodismo, estudiantil, obreor-patronales. Espacios cotidianos. Tenemos mucho qué decirnos los latinoamericanos en esta era global. Y nos conviene decírnoslo. Que el diálogo no sea no más que con las matrópolis, o con los del Norte.
Raro que hay que darse cuenta de esto en Madison, Wisconsin.