Es difícil ser de los primeros. Aunque pertenezco a una larga tradición de escritores negros , somos pocos los de habla hispana. Pocos y muy poco conocidos. Está Virginia Brindis de Salas (Uruguay, publicada en 1944), Nicomedes Santa Cruz ( Perú), Manuel Zapata Olivella (Colombia). Pero, a parte de Nancy Morejón, y, anteriormente, de los poetas del Negrismo, estos escritores "afro-hispanos" no amontan más que a unas cuantas tesis y trabajos especializados , publicados en revistas hiperespecializadas: Afro-Hispanic Review, la revista del Schomburg Institute, Negritud, etcétera. Nunca hemos podido alcanzar la ejemplaridad que han alcanzado los escritores negros de habla inglesa (con tres premios Nobel en inglés -Wole Soyinka, Derek Walcott y Toni Morrison) , ni la notoriedad y el respeto de un Aimé Césaire, una Marysse Condé , un Edouard Glissant. Permanecen (¿permanecemos?) desconocidos para las editoriales multinacionales que pueden hacer circular obras más allá de las fronteras nacionales. Y ni aún en nuestras naciones, las tiradas de nuestros libros circulan demasiado.
Las razones son muchas. Los afro-hispanos (por llamarnos de alguna manera) no tuvimos la "suerte" de encontrar una metrópoli aglutinadora a la cual emigrar a principios del Siglo XX. La tesis no es mía- es de José Manuel Fajardo, con quien he discutido el tema hasta la saciedad. El argumenta que los intelectuales negros angloparlantes y francófonos de principios de siglo pasado tenían metrópolis pujantes y modernas a dónde emigrar. Estas metrópolis les ofrecieron posibilidades de insertarse en un debate intelectual internacional, de gestar publicaciones y proyectos "pan-étnicos" que les dieran visibilidad a sus reclamos y a sus discursos.
Sin embargo, a principios del siglo XX, España era apenas una aldea malsana (palabras del periodista y novelista español JM Fajardo), un imperio en decadencia, que había perdido una guerra imperial, que iba a convertirse en escenario de guerra civil y de la cual emigraban centenares de intelectuales. Nuestros debates intelectuales del negrismo se dieron "descentrados", coincidiendo sus discursos como por arte de magia, pero no por lugares de encuentro que insuflaran proyectos comunes- ni aún cuando se sumara a la causa el gran Federico García Lorca con su poemario "Poeta en Nueva York". De hecho, fue a Nueva York a donde emigraron muchos intelectuales negros del Caribe. Para muestra un botón. Arturo Schomburg, uno de los panafricanistas más importantes de principios de siglo pasado, amigo de WEB Dubois, de Langhston Hughes y Zora Neale Hurston, fue un negro masón del pueblo de Ponce, Puerto Rico, cuya identidad "afrohispana" permanece poco reconocida hasta el sol de hoy.
Quizás por eso, porque las luchas, reclamos y obras de los escritores negros, mulatos, caribeños (o, como se les llama ahora, multiculturales) en América Latina y el Caribe permanecen marginales, cada vez que un intelectual negro hispanoparlante entra a la esfera pública, tiene que sufrir acusaciones que otros autores de la misma raza, pero de diferente idioma expresivo y literario ya no tienen que encarar. Si se pone un turbante en la cabeza, hace un performance medio "rappeado" o baila bomba en un Festival- es decir, si comete actos públicos que ostentan un carácter evidentemente "cafre", se le tilda de estar jugando al farandulero, al carnavalesco o al exótico. No se leen estos actos como afirmaciones culturales, sino como un juego mediático, performático, poco "intelectual", incómodo. Indecente, confuso, sospechoso.
Como si hubiera una única manera de ser intelectual en el mundo.. . Lo otro es puro primitivismo de tercera, puro juego massmediático/performático, pura insistencia innecesaria de autoexotización. Puro y maldito empeño de avergonzar al país, sacando lo negro de la cocina.
La cosa va cambiando muy lentamente. Rey Andújar y Aurora Arias (Rep Dom), José Manuel Prieto y Soleida Ríos (Cuba), Yolanda Arroyo y esta servidora (PR) (por nombrar a algunos poetas/novelistas/intelectuales evidentemente negros) hemos logrado una modestísima inserción en medios culturales más masivos. El estado de la cuestión va cambiando, gracias a la Fortuna, a un cambio de sensibilidad gracias a la presencia de cientos de miles de inmigrantes africanos y caribeños en Europa, a la insistencia de miles de intelectuales (profesores, reseñistas, editores, periodistas) negros, mulatos y aliados (de todos los colores) en universidades y editoriales de prestigio; y al crecimiento y desarrollo de las políticas editoriales de Iberoamérica. Pero todavía, un negro intelectual asusta. Todavía se escuchan críticas si insiste demasiado en su "diferencia". Si no se comporta según las más estrictas normas de la civilizada intelectualidad (según una visión muy estrecha de los que es "ser civilizado" y "ser intelectual") . Carnavalesco, exotizante, caribeñoso- los epítetos evaden el nombrete, pero , por defecto, lo subrayan. Se insiste en los símiles y en los eufemismos. Yo los oigo con atención y reflexiono.
Sé que muchos de mis compañeros y compañeras escritoras que me apoyan y me respetan, no entienden estos gestos de afirmación racial. Los ven banales, sospechosos, hasta "vendidos". No entienden la insistencia en presentar el cuerpo (como depositario de la diferencia), en primera fila, en el mismo rango a como se presentan las palabras, la obra intelectual. No comprenden por qué la insistencia en que el cuerpo cifre sus lenguajes. O que hable por sí solo.
Tampoco entienden el gesto "pan-nacional" que entrecruza idiomas y geografías. Lo ven como traición nacional; y no como búsqueda de lazos estrechantes. A fin de cuentas, por piel y por papel, todos los negros(mulatos, multiculturales y aliados) intelectuales del mundo pertenecemos a varias comunidades a la vez; a comunidades diaspóricas. No es culpa mía- sino de la esclavitud y de la globalización, del imperialismo, la emigración y de la pobreza.
Primero muerta que negarle mi hermandad a Willie Perdomo, a Tato Laviera, a Mariposa, a Tony Medina, a Junot Díaz, a los latinos (boricuas, dominicanos, cubanos) que viven en EU. Y por extensión a los sus homólogos chicanos, nicas, colombianos. Primero muerta que negarle mi gratitud y hermandad (carajo, por admiración; por toda esa poesía absolutamente hermosa del Harlem Reinassance, por The Invisible Man y por Their Eyes are Watching God y por Sula y por Beloved y por tanto), a los afro-norteamericanos. Primero muerta que negársela también a los españoles, y latinoamericanos; por su tradición literaria, que es mía también- que me he ganado con sudor y sangre. Y a los brasileños por afrodiaspóricos también y a los africanos. And on, and on and on... Hay hermandades y globalizaciones que se traman desde arriba, otras desde abajo, o transversalmente. Me gusta ser transversal.
Muchos de mis compañeros intelectuales nacionales tampoco entienden los collares de santería en presentaciones de libros, ni los colorines en la ropa; ni la insistencia en que fuera Luis Rafael Sánchez- el mejor de nuestros escritores contemporáneos, sin lugar a dudas y punto- quien diera la charla magistral en el Festival de la Palabra. No leen el gesto, se les pasa.
Quizás esto sea bueno. La excelencia, el arduo trabajo, la hermandad y trabajo en conjunto ,la monumentalidad de lo logrado, fue tanta que no contó la diferencia, el color de una piel. Pero ahí estaba. Ahí está. Fue a propósito. Toda decisión tomada no fue por "ingenuidad". Fue con pleno uso de conciencia- una conciencia "otra", "diferente".
Tomo en cuenta nuestra situación actual, sin remilgos. Sin embargo, me remito a otra historia. No puedo hacer otra cosa. Lo nacional es poca (y traicionera ) frontera para la gente de mi color y de mi clase. Lo diaspórico impera (por superviviencia, por necesidad, por conciencia ) cuando se es negro, se es "cafre", cuando se es hispano, cuando se habla español desde esta piel y desde este papel.
Creo que quien mejor ha reflexionado sobre esta cuestión en el mundo es el gran Chuco Quintero en su imprescindible libro "Cuerpo y cultura". El argumenta que en Africa no se "lleva el cuerpo" como en el Caribe. Que acá, el cuerpo, sus contoneos, y sus presencias eran (son) una de los más poderosos lenguajes, de las más fuertes afirmaciones y escapes a los controles de la esclavitud y del poder. Que hay historias que se llevan marcadas en el cuerpo, en la piel y que desde ahí, hablan.
Pero todavía, horrorizado, persiste el inseguro ojo blanco/civilizado de estas islas (o blanco/civilizado wannabe) al ver a un cuerpo negro contoneándose en la espesura- (¿de las letras, de la primitiva isla?) Mira y teme- ñam-ñam- la fauce detrás de los tambores. Se asusta ante el visitante y empuña variantes de la frase que Cayetano Coll y Toste empuñara en el 1902- que las cámaras (de los soldados gringos de la ocupación norteamericana del 1898 o de la prensa internacional y del Hispanic International TV Network- da igual) no se empeñen en retratar bohíos y negritos barrigones (o negras culonas), cuando en realidad, la verdadera cara del país es "civilizada", es "hispánica", es "nacional", es "blanca" (según estrechísimas visiones de todos estos adjetivos).
En "The Enigma of Arrival", Sir V.S. Naipaul (otro premio Nobel caribeño y "étnico"- pese a lo que él mismo pueda argumentar) plantea que llegar a ser un gran escritor, reconocible en el mundo, es, de alguna manera, dejarse atrás. "Llegar" implica una renuncia a orígenes, a raíces. En la fabulosa novela que resultó finalista del Premio Medicci 2008, el "Síndrome de Ulises", mi amigo Santiago Gamboa lee a Naipaul, y se pregunta si esto necesariamente tiene que ser así. Si hay que dejarse atrás para convertirse en gran escritor.
Quizás Naipaul tenga razón. Pero yo prefiero creerle a Gamboa. Apostarle a su duda, al menos.
Además, prometo seguir intentando poner las cosas donde van.
Por mérito propio, sin verguenza, en la platea internacional, de igual a igual.