martes, 2 de febrero de 2010

PERDEMOS A TOMAS

La primera vez que conocí a Tomás Eloy Martínez fue en Nueva York. Nos presentó nuestro agente en común, Tom Colchie. Tomás Eloy me hizo el inmenso favor de presentarme mi primera novela en Rutgers University. La primera novela de una escritora primeriza. Sin embargo, me trató como a una colega, como a una escritora de valor, importante. Me impresionó su generosidad, su sencillez. Nos caímos bien de entrada . Nos hicimos amigos.

Esa tarde en que nos conocimos, andaregeamos por horas por la cuidad fascinante y gris de un Nueva York rpimaveral. Hacía mucho frío y yo, caribeña impertérrita y siempre ajena a las veleidades del clima del Norte, pensé que ya no tenía que llevarme abrigos pesados. Lo lamenté. Tom tuvo que comprarme una bufanda en un puestecillo de la calle, llevarse mis guantes para que su esposa los reparara. Tomás me prestó los suyos. Nunca se los devolví.

Tomás acababa de perder a su cuarta esposa de manera trágica (Creo que era la cuarta. Tomás tuvo muchas esposas; eso me hizo sentir bien porque yo también he tenido muchos esposos) . La vió morir cuando sufrieron ambos un accidente de carro.Pero el hombre que tuve frente a mí mientras tiritaba de frío era un hombre lleno de esperanzas.

Luego se tuvo que ir a impartir su clase en Rutgers. Yo me refugié en n café. Me tomé un te verde y luego corrí al subway. Me pasé el resto de la tarde mirando libros en librerías.

Luego, nos seguimos comunicando por e-mail y nos vimos en alguna que otra ocasión. Y siempre era como si lo hubiera visto el día anterior. Nuestros encuentros me resultaban extrañamente familiares. Tomás me comentaba mis novelas y yo las suyas. Le pedí que fuera parte de la junta hooraria del Salón Libroamérica, una organización sin fines de lucro que fundé en el 2007. Sin contarme nada, sin decirme que se estaba enfermando, Tomás me dijo que sí.

Tom Colchie, nuestro amigo y agente común me avisó que lo estaba atacando un cáncer en el cerebro.

Lo ví por última vez en el cumpleaños de Carlos Fuentes. Fue él quien me reconoció, cuando tuve la suerte de ser llevada al área VIP a esperar a que llegara el homenajeado. Me avisaron que llegarían Carlos Fuentes y Gabriel García Márques. Yo estaba ansiosa, mirando por encima de las cabezas reunidas, a ver si los podía ver, si podía, quizás, con suerte, conocerlos brevemente. Un señor un poco hinchado y sin pelo me saludó "Hola, Mayra, qué gusto verte". Yo, como tengo una memporia tan mala, me hice la que sabía quien era y conversé comn él un rato."Qué pena que ha ganado la derecha en tu país", me dijo, "en un momento como este. Bueno, está pasando en todas partes". Nos pusimos a hablar de política. Por las pistas que me dió durante la conversación supe que era Tomás. Otra vez, su generosidad me echaba la mano. Tomás sabía que la quimio lo había avejentado, que la enfermedad hacía estragos y me tiraba migajas de pan para que mi meoria retomara el camino y lo reconociera.

No se le veía cansado, aunque sí enfermo. Pero no tenía el talante de la gente que se coje pena cuando le cae arriba una calamidad. Siguió haciendo planes, hablándome de política. Instándome a que se hiciera algo grande en Puerto Rico. "Mayra, tu país en un buen punto de encuentro entre los latinos y latinoamericanos. NNueva York es muy árido. Las comunidades latinas y latinoamericanas allá no podemos encontrarnos. Nos logramos conocer, pero ahí queda la cosa. La cuidad se lo traga todo. Además, estea hecha para otras cosas."

Hablamos mucho. El me presentó al Gabo. Luce López Baralt y Arturo me presentaron a Carlos Fuentes. Todavía me da trabajo pensar que he tenido la inmensa suerte de contar con tan buenos amigos.

A la mañana siguiente, desayunamos y así concocí al hijo de Tomás Ezequiel Martínez, director del Diario El Clarin on-line. Un tipo simpatiquísimo. Esa noche , durante las festividades de los 80 años de Carlos Fuentes, nos tocó a Ezequiel y a mí en la misma mesa. Conversamos la noche entera.

Desde ese entonces, seguimos conversando.

Después no ví más a Tomás. Ezequiel me contó que su padre se enfermó en México. Yo le escribí varios e-mails para saber si se había repuesto, a Ezequiel. Recibí una contestación somera de Tomás, cuando la ASSPRO me encomendó que lo invitara a su gala anual. Tomás me contestó que le hubiese encantado venir, que él siempre amó mucho a Puerto Rico, pero que ese cáncer no lo dejaba tranquilo. "Yo lo único que quiero es terminar esta novela. Así que me vas a perdonar, Mayrita, pero viajar se me hace muy complicado ahoa mismo". Ya había invitado a Ezequiel a venir al Festival de la Palabra, sin saber que el embeleco se me iba a dar y Ezequiel había aceptado.

Estoy esperando que llegue en mayo, para darle un fuerte abrazo.

Ayer,31 de enero, perdimos a Tomás. Sí terminó su última novela, Purgatorio, de la que me habló en México. Además, y como era su costumbre, acompañó a esta novela con un ensayo hermosísimo acerca de los 200 años de la independencia de Argentina "200 años de soledad". Nos dejó esos dos regalos, siempre generoso, siempre de cara al futuro, siempre crítico y vital.

Lo voy a extrañar.