lunes, 28 de mayo de 2007

En respuesta a un tratado



Acabo de leer el "Tratado de culinaria para mujeres tristes" (Alfaguara 1997) del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. Es un libro sin género; aunque no, pensándolo mejor, es un libro irónico que se ríe un poco de todos esos tratados fisiológicos, filosóficos (pienso en el Tractatus de Wittgestein o en Descartes y su Tratado del alma). Es más, lo que ahora se vende como "autoayuda" puede leerse como un spin-off de esos tratados que datan del medioevo y que intentan examinar fenómenos del mundo natural, psíquico (es decir , de la psique o del alma) y dar consejo acerca de las enfermedades que afectan a los seres humanos. El Kama Sutra, los manuales de cómo comportarse en pareja (parecidos al Manual de la perfecta casada, de Fray Luis de León), o los de nutrición pueden ser vistos como prolongaciones del género. Creo que Faciolince, dándose cuenta del fenómeno, hizo un junte de prosa poética, libro de recetas y el tono del "tratado" para escribir este libro realmente refrescante y maravilloso.

No creo que sea propio publicar pedazos del libro de Faciolince en "lugarmanigua". Pero , tengo que admitirlo, me he enamorado del libro y me ha provocado a escribir mi propio tratado. Aquí mi respuesta a Héctor Abad ya su provocador libro. Espero que les guste.

Tratado de medicina natural para hombres melancólicos.
Sobre la melancolía


Los hombres son dados a la melancolía; a ese estado en que las pasiones desmadejan el cuerpo, lo dejan laxo, sin ganas de nada, deshabitado y a la vez violento. El melancólico se aparta de los demás, destruye cuánto ama, ataca lo que le besa. La soledad se lo va comiendo, rumiándole en la cabeza hasta dejarlo irreconocible de sí mismo.

Muchos galenos se han batido contra el fenómeno, desde filósofos hasta psicólogos, desde Decartes hasta Paulo Coelho. Más, me apena decir; lo han hecho desde las coordenadas equivocadas. Quizás se deba a que, al ser ellos también hombres, no pueden sino sumirse en su propio temperamento melancólico que no les deja ver más allá.

El misterio de la melancolía no estriba en la teoría de los elementos, ese pensamiento medieval que Robert Burton explicó tan bien en La anatomía de la melancolía (1621). No es la tierra en las venas liberada por sangrías lo que restituirá el balance de fuego, agua y aire en el semblante. Hamlet, con sangría o sin ella, hubiera terminado melancólico. Igual hubiesen muerto Ofelia, Polonio y Gertrudis. Igual se hubiese convertido el príncipe de Dinamarca en el vengador/ asesino en serie que tantos hombres emulan y admiran.

No es la tierra, no, entre las venas.

Las razones de la melancolía son varias. Los remedios también.

Así que no desfallezcas, hombre melancólico. Hay otras soluciones que la de vertir sangre para restablecer balances, para que el desánimo y la violenta destrucción de lo querido no se apoderen de tu ánimo.

Aquí van mis remedios.

Son consejos de una mujer vieja que mucho ha amado a hombres melancólicos. Tres veces en mi vida los he desposado. Los he visto irse y retornar portando otro cuerpo, otra faz.

Los he visto morder la cola de las lágrimas como si fueran cometas explosivos.

Los he visto querese morir y renacer en el cuerpo de la amada.

Y los he sobrevivido.

Te entrego estas ciencias para que puedas desposar con felicidad lo que amas, con el ser divido apenas. Pero no debo adelantarme.

Lee estas páginas despacio, decanta de mi experiencia este líquido que te doy a libar. Tu espesa melancolía se diluirá en la tinta de este elixir. Te curarás, te lo aseguro, aunque sea tan sólo durante el término de estas páginas.





1. el mal de la tristeza desubicada.


Hay días en que no eres el mismo. En que te levantas del otro lado del insomnio, vencido. Te pesa el mundo en las espaldas. Sientes que tienes que provéerselo todo a todos. A la madre, el consuelo de haberse sacrificado por los hijos, al clan, la defensa de su honra, al trabajo, la productividad de tu ejercicio. Tienes muchos dueños y nadie te acompaña. Quizás una puta triste te pase la mano por el pelo. Si le pagas bien.

En esos días no te des a la rabia- lo único que harás será alargar tu tristeza. Tampoco, si puedes evitarlo, te tires a camas agrestes y desconocidas a restregarte el cuerpo contra algo que te haga sentir vivo.

Haz lo que nunca has intentado. Llora.

Bébete las aguas de tu propio llanto. Mírate a un espejo, encerrado en el baño. Y si estás tan fuera de práctica que se te ha olvidado llorar, entonces bebe licores fuertes que te provoquen la borrachera más bestial de tu vida, esa que te sitúe al otro lado de ti mismo.

Aprovecha entonces y llora, llora, llora. Llora como un salvaje, como un bebé recién nacido. Llora sin pecho que te cobije, llora sólo, adentrándote en tu propia destitución. Llora hasta que sientas que no puedes llorar más.

Ese es el único remedio para la tristeza desubicada.

De otro lado del llanto estarás tú, esperándote.