-Para la otra vez que lo mate- replicó Scharlach- le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante.
Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego.
“La muerte y la brújula” Jorge Luis Borges
Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego.
“La muerte y la brújula” Jorge Luis Borges
Brevísimas violencias
1.
La madre, con el labio aún ensangrentado, mira el reloj. Ya se hace tarde y la hija no llega. Se sienta en la parte más osccura de la sala, pacientemente, a esperarla. Le molesta su correa ancha de cuero. La desata con los dedos un poco temblorosos. Ahora siente que le tiemblan las manos.
Oye ruidos en la marquesina. Es su hija, que acaba de llegar. Cuando la ve entrar por la puerta de la sala, espera a que ella le de la espalda. Allí le descarga el primer correazo. A ese le sigue otro y otro. Ahora no le tiemblan las manos. Ahora su brazo es un fuetazo eléctrico, una furia, toda la fuerza de su brazo de madre.
La hija corre, se tropieza con una pata de mesa, se cubre la cara, se arrastra por el piso gritando “¿por qué me das, mami? yo no he hecho nada, no he hecho nada”.
“Para que aprendas a respetar, malcriada. Si te digo que llegues a una hora, llegas a esa hora y punto”. le dice la madre descargando su brazo de cuero que ya no controla, que ya se mueve por un resorte propio que no parará hasta ver sangre.
“No lo vuelvo a hacer, mami, para ya.” solloza la hija vuelta un ovillo de carne hinchada en el piso del pasillo.
La madre mira a su hija sufrir, sufre con ella, pero no puede parar la descarga de su brazo. Han sido sólo unos minutos de tardanza. En realidad, su hija no ha hecho nada malo. Pero su brazo piensa lo contrario. Su brazo piensa que lo que la niña lleva en la sangre sí ha faltado y por eso debe recibir cruel castigo.
2.
El 15 de junio, en el Centro Judicial Metropolitano, el cartero Lemuel Marrero fue declarado culpable de asesinato en primer grado, por la muerte de Ernesto Quintín Rosas, su vecino.
De camino a la penitenciaría estatal donde pasará el resto de sus días, Lemuel Marrero recuerda las palabras del juez y se pregunta por qué no sintió nada al oir el veredicto. “Culpable” dijo el jurado. “Cadena perpetua”, sentenció el juez y Lemuel Marrero lo único que piensa es en cómo las palabras se oían como si rebotaran contra las paredes de un pozo seco.
Así mismo se sintió cuando disparó tres veces su revólver en el pecho de Agustín Rosas. Ese día, Lemuel se levantó como siempre, desayunó como siempre, y cruzó la calle hasta donde estaba su vecino, desyerbando el jardín. Le pidió prestada la podadora de grama. Su patio estaba en perfectas condiciones. Pero de todos modos se la pidió. Tino le vino con evasivas, recordándole a Lemuel que la última vez que le prestó las tijeras de podar, se las había devuelto rotas. Hubo un pequeño altercado. Nada grave. Lemuel empezó a oir un extraño retumbe de palabras, como envueltas en un eco. Como si las palabras rebotaran contra sí mismas, se viraran en su eje, y entonces rebotaran contra su pecho, invertidas. Lemuel Marrero dejó a Tino con boca abierta. Cruzó de nuevo la calle, buscó su revólver, caminó hasta donde estaba el vecino y disparó.
De camino a la cárcel, se pregunta por qué no siente arrepentimiento alguno. Ni un poquito. No es que odiara a su vecino. De hecho, casi no lo conocía. Lo que sí no soportaba más era esa cosa extraña que pasaba cuando Tino le habló aquella mañana. O cuando a veces le hablaba algún cliente del correo. O con el juez mismo, cuando le anunció su veredicto. Es más, si hubiese tenido acceso a un revólver, también le hubiera explotado el pecho, la cara, la garganta al juez. Le hubiera vaciado su arma encima hasta verle el pezcueso roto , chorreando sangre. Todo con tal de no oir aquel retumbe de palabras huecas rebotándole en el pecho.
3.
El jueves pasado, Francheska Vilá acorraló finalmente a su esposo escapado del hogar. Edmundo Ortigas, el marido, andaba acompañado de la sobrina adolescente de la Sra Vilá. Pararon frente a la panadería los Jimaguas, que hace esquina con una concurrida intersección.
La Sra. Vilá los sorprendió bajándose del carro. A su esposo le gritó con todas sus fuerzas que lo amaba más que a la vida misma. A su sobrina la agarró del brazo y se tiró con ella frente a un camión de carga que en esos momentos cruzaba la intersección a gran velocidad.