sábado 16 de enero: 4 am
Me levanté con un taco en la garganta. Alarmada. No, no había temblado la tierra. Fue al aldo, en la isla de al lado. Se supone que yo estuviera allá, en el Festival Voyageurs Ettonats. Pero cancelé justo a tiempo, el día antes del temblor. No iba a poder ir por la carga de trabajo. O por pura intuición. Pero debía haber volado para allá. Y me quedé. Suerte. Definitivamente , suerte. La que nunca, en más de 400 años, ha tenido ningún haitiano.
Pero me levanté alarmada. Encendí Firefoz, buscando de nuevo el mensaje de Evelyne Trouillot. Mi amiga Evelyn, escritora de cuentos. Nada. Caminé por la casa. El pasillo amaneció inundado. Maldita gotera. . Desde el jueves no para de llover. ¿Esará lloviendo en Haití? ¿Dónde se estarán guareciendo los damnificados? Y Evelyn. ¿Se estará mojando? Decidí que ese día iba a hacer algo más que esperar.
Recé por que escampara. Mientras llovía, aproveché para hacerle una resaca a mi armario, al de los niños, al de las cosas de la casa. Saqué colchas, toallas, ropa de los nenes, mía, arrasé con la alacena. Hice una caja grande de leche enlatada, fórmula, latas de comida, aceite; Otra de alcoholado, vendajes, tripleantibióticos, aspirina. Total, cobré el viernes. Lo que haga falta en la casa, lo vuelvo a comprar. Ahora, todo aquello le hace falta a Haití.
Escampó. Lucián salió con Mario a sus clases de Tae Kwan Do. Vestí a Aidara y nos fuimos al centro de acopio del Hiram Bithorn. Cuando llegué, no podía creer lo que veía. Filas y filas de carros. Gente bajando carros de compra repletos para donar a Haití. El pueblo entero llevando cajas de agua, galletas, fardos de arroz, bolsas de ropa, pañales, de todo.
Tuve que dar dos viajes para bajar lo que cargaba. Y la fila no bajaba. Audis, Lexus, Mercedes, pero también Subarus, Hondas y Toyotitas del 80 acarreaban todo lo que podían para llevar a Haití. Allá, a la isla de al lado, en la cual nosotros casi ni pensamos; en esa isla de idólatras, de gente prieta, primitiva, dejada de la mano del progreso. Pero ahora caían en desgracia y el pueblo entero gastaba parte de su salario en ayudar. En plena crisis. Con más de 20,000 despidos inminentes. Con cuarenta y cinco asesinatos el pasado fin de semana.
Una fila interminable de carros traían su carga para Haití.
No era la culpa lo que movía a la gente. Ni el sentido de reparación histórica. Lo que se repsiraba era un clima de trabajo, DE responsabilidad colectiva, callada, asumida como algo natural.
Haití pasa por una desgracia. Hay que ayudar. Vamos. Punto.
Así, sin más.
Otra vez, me atacó el taco en la garganta. Otra vez, me vi con ganas de llorar. Esta vez de esperanza.