FABULA
Por: Chris Muriel Mundo
Un día llegó una elefanta a preguntarle al león porqué no conseguía en los mercados el maní que ella y otros elefantes necesitaban para sobrevivir. El león le dijo a la elefanta, y a todos los demás animales, que todo estaba bien en la selva, que no había porqué alarmarse. ¡Y les hizo una fiesta! La elefanta no se comió el cuento , pues era muy lista y se dio cuenta que tampoco habían suficientes guineos para los monos. Volvió a acercarse al león para exigirle que consiguiera los alimentos para que pudieran sobrevivir. ¡El león hizo otra fiesta! Los demás animales, ya molestos con la elefanta que desafiaba al león, no la apoyaron en esta segunda ocasión. La elefanta desapareció de repente, nadie sabe cómo, ni porqué.
Los demás animales, también comenzaron a desaparecer poco a poco, pero de éstos sí se conoce la causa.
Ya, no hay fiesta.
ANCHORAGE, ALASKA
Por: Carolyn N. Morales Jiménez
Las compuertas del elevador se deslizaron haciendo mi aparición en el tercer piso del Econo Lodge. Un enorme corredor me condujo a la habitación 315 de aquel hotelcito en pleno centro de Anchorage, Alaska. Al abrir la puerta, un intenso olor a Clorox inundó mis sentidos. Al parecer, el haber reservado con dos meses de anticipación, no resultó ser impedimento para que limpiaran mi habitación a última hora. Gracias a la luz de una lámpara de noche, al costado de la cama, pude apreciar que la habitación era un tanto pequeña, pero los anuncios donde encontré la existencia del hotel, lo vendían prometedoramente como muy cómodo. Además que por ochenta dólares la noche, no podía pedir mucho. La cama estaba nítidamente hecha, con frisas de flores adornándola. Había además, un televisor frente a ella y a su derecha un estrecho armario con fundas para la ropa sucia. En el lado contrario de la puerta estaba un aparato de calefacción y sobre éste, una ventana con cortinas entreabiertas, permitía que las luces de los negocios cercanos iluminaran un poco la oscuridad, que solamente la lámpara de noche podía combatir. Observo por la ventana y veo un enorme letrero que dice en inglés “la tierra del sol de medianoche”, sin embargo a mi me parecía estar en una enorme hielera.
No pude evitar dejar las maletas a un lado y echarme en un brinco sobre la cama. El rico olor a suavizador en las sábanas me hizo relajarme, luego de haber concluído con las quince horas más largas de vida. Aún acostada, remuevo mis zapatos sin utilizar las manos, dejándolos caer sobre un piso alfombrado. El cansancio quería vencer el deseo de bañarme, pero luego de la pelea mental, de que si me paraba o no, me levanté y con maleta en mano fui al baño. Desnudando mi cuerpo, coloco papel de baño en la tapa del inodoro y simplemente me siento, como suelo hacerlo, solamente a pensar en la razón principal, que me trajo hasta un lugar tan frío y tan lejos de mi hogar. Saco de la maleta frente a mí, un sobre rosa con matasello del 2004. Sobre él, hay un sello que dice “Primera Clase”, enviado a mi nombre y el remitente…esa era precisamente la razón de mi viaje. Dentro de aquel sobre descansaba una tarjeta dedicada a mi cumpleaños número 17. No me parecía que esa tarjeta fuera un objeto especial, es solamente papel. Sin embargo, el sobre en que venía la tarjeta, me parecía más valioso, y la razón de esto, se encontraba bajo su nombre. Solamente me interesaba su dirección. Ese sobre me permitiría localizarlo, me obsequiaba una pista o un pase para verlo y para tener una imagen suya que fuese propia y no dada por alguna foto. Pensando en esto último, saqué de la maleta un pequeño marco enmohecido con el retrato de mi familia, aunque en ese momento, en el que aún me encontraba sentada sobre el inodoro, los miembros de mi familia habían sido modificados. Venía desde muy lejos, guiada por una tarjeta de cumpleaños, a encontrar al joven hombre de la fotografía. A aquel hombre, a quien en parte le debía mi concepción y mi biología humana, mas sin embargo, no había visto en 17 largos años y aún a mi edad, continuaba siendo meramente una imagen en un viejo retrato.
Corro la cortina de la bañera, no sin antes guardar las piezas del acertijo de mi vida. Las tibias gotas a presión, abrazan mi cuerpo, mojando mis cabellos y erizando mi piel con el primer contacto. Todo lo que me había movido a este lugar, sigue rondando en mi cabeza. La imagen del biológico, merodeaba mis pensamientos, acompañado de las preguntas que siempre desde pequeña, no pude evitar hacerme. ¿Qué realmente pasó? De todos los sitios que hay en el mundo… ¿por qué vivir en este témpano de hielo? ¿Por qué tan lejos? ¿Acaso huías? Sé que la respuesta a estas preguntas y a la razón por la cual este encuentro nunca se dio, es sencillamente por temor. Pero ¿temor a qué?, me pregunto yo. Tal vez se dio cuenta de que hizo las cosas mal, al marcharse sin aviso. Al dejar a una mujer con niños y con todas las cuentas encima. Al saber que ella se tuvo que clasificar en banca rota, que los crió a puro sudor de amanecidas en dos empleos, porque en tantos años, la pensión nunca llegó. Pero… ¿y si nunca se dio cuenta de todo esto? Tal vez nunca supo que la ilusión que creó, cada vez que decía que ese año me iba a ver, se convirtió en desilusión, porque por la ignorancia de la edad, sí le creí. No compartió mis enfermedades, ni mis graduaciones, ni mis alegrías, ni mis amores, ni mis sonrisas, ni mis temores y mucho menos mis lágrimas. Sin embargo, otro ser, no biológico, me amó como su sangre. Caminaba a mi lado, en caso de que si me caía, él me pudiera levantar. Me apoyaba aún en su fatiga y conocía mis sonrisas. Me enseñó a conducir un auto. Me presentaba como su hija, y eso, verdaderamente valía más que un giro de cien dólares en cada cumpleaños. Mientras yo me encuentro pensando en él… ¿estará acaso él pensando en mí?
Me sequé y aún temblando, me puse una pijama larga, que le diera calor a mi cuerpo para controlar el frío que aún había en la habitación, a pesar de la calefacción. Me acosté bajo las sábanas de la cama en busca de calor y encendí la televisión para hacer callar a tantos pensamientos con el mismo autor, sin embargo, el sueño me vence. Adormilada, me veo a mi misma sentada en un jardín frontal, mirando los cielos y las formas de las nubes. Un avión cruza por mi vista, desde muy alto, y mi yo se levanta de aquel jardín, y corre detrás del avión, alzando la mano al cielo y gritando a viva voz, “adiós papá, adiós”. Lanza un beso al aire.
El sonido de la señora de limpieza, tocando la puerta me levanta. Sin dudarlo dos veces, le digo que vuelva luego. Me recompongo de aquel sueño y me dirijo a prepararme para iniciar mi búsqueda. Con mis cosas ya listas, me detengo en la recepción del hotel y pregunto por aquella dirección. Cual fue mi sorpresa al conocer que sólo me encontraba a par de cuadras de aquel lugar. El frío me mataba…o quizás eran nervios. Escondo mis manos en los bolsillos de mi pantalón y marcho en dirección a la ruta que me indicó la recepcionista. Al llegar a aquel lugar, noto la presencia de un hombre, quien impide la entrada al edificio, donde se encuentra mi destinario. Hay algo peculiar en él, por lo que prefiero ser una espectadora de lejos. Algo en mi ser no me dejaba mirar a otro lado que no fuese a donde se encontraba ese hombre. Sentía escalofríos de tan solo mirarle y mi corazón palpitaba tan rápido que pensé que alguien lo podría escuchar. Supe que era él. Era el hombre a quien pertenecía mi apellido. Era él el padre ausente por tantos años. Allí estaba. Fumando un cigarrillo, se encontraba la imagen que tanto deseaba hacer mía. ¿Qué le pasó? ¿En realidad era él, aquel joven delgado, alto quien me había visto nacer? Yo no lo veía delgado…ni tan alto…y mucho menos joven. Los años le habían caído encima. Humo mezclado con frío y con cigarrillo, salía de su boca. Su enorme frente se había agrandado aun más por las entradas en su cabello. En ella un inmenso mar de líneas ondeaban como producto de la vejez. Su cabello, con algunas canas aleatorias, se sentía desde lejos como pajoso, tal vez por la nicotina o quizás por el frío. Aún conservaba su bigote, aquel gran bigote que dormía sobre sus finos labios; labios que deseaba ver sonreír.
Tuve deseos de gritarle, de hacerle notar mi presencia, pero algo me detuvo. Quise regresar a mi hotel. Me quejaba de su temor, pero ahora yo sentía lo mismo. ¿Qué pretendía yo con todo esto? Verlo…solamente eso. No pretendía que de ese momento en que nos viéramos, él se convirtiera en el mejor padre del mundo, ni mucho menos, que intentara recuperar el tiempo perdido, porque precisamente eso es…tiempo que ya se perdió y que tal vez por mi estado de adultez, no se puede recuperar. Tal vez, tanto él como yo, estamos muy viejos para el tiempo de padre e hija; sin embargo, yo lo disfruté con otra persona. Me confortaba el pensamiento de que yo si tuve la valentía de venir sola, sin decir nada y viajar hasta acá. Decidí no irme. Mientras tanto, él tiró la colilla del cigarrillo al suelo y lo apagó con su zapato. Cruzó la calle y entró en un café, con nombre en español. Le seguí. Al entrar, una música de bolero llenaba aquel lugar y un fuerte olor a café abarcaba desde la entrada. Era como un rincón caribeño en medio de aquella caja de hielo. Miro a todos lados pero no le veo. Tomo asiento en una de las esquinas, para pasar desapercibida. En lo que espero, comienzo a hojear el menú en español que se encuentra sobre la mesa. Siento la presencia de alguien frente a mi, similar a cuando uno se siente observado.
-Buenos días señorita, ¿esta lista para ordenar?
Esa voz...esa ronca voz, como de recién levantado que me había conformado durante tantos años a solamente escuchar por teléfono y que verdaderamente me alegraba oír...tal vez por ser lo único que realmente conocía y que ahora podía presenciar en vivo. Intenté disimular la sonrisa que brotó de mi rostro, pero a él le fue evidente. Me sonrió, pero en forma de cortesía, como si fuese yo otro cliente, aunque en ese momento sí lo era. A la vez que le sonreía, me quedé en un estado de inmovilidad, sin saber qué hacer. Así que ordené huevos revueltos con jamón y tostadas y un jugo de china. Mientras anotaba mi orden, le observé detenidamente, y me percaté que realmente me parecía a él. Pensé que todas las veces que me habían dicho que me parecía a mi madre, era porque realmente quien lo decía, nunca había visto a mi papá. Diciéndome que regresaría en un momento con mi orden, se dio la vuelta y se marchó. Contemplé su caminar; aquellos pasos que siempre quise conocer. Me sentía como un agente encubierto en plena misión. Me resultó cómico que no me reconociera. Supuse que dentro de él debía de existir algún instinto, paternal quizás, que le enviara señales de humo, que le diera un pellizcón y le dijera… “¡Hela frente a ti… es tu hija!”
Regresó con mi desayuno y al dejarlo sobre la mesa toque sus manos, mientras disimulaba tomar mi plato. Sentí su piel y mientras comía, no podía evitar dejarle de quitar la vista de encima. Devoraba cada movimiento suyo con mis ojos. Se acercó a mí con la cuenta y mirándome fijamente me dijo que le parecía conocida. Creo que ésto me aterrorizó y aproveché el momento en que se marchó a tomar la orden de otro cliente para pagar lo consumido e irme de aquel lugar. Pero sentía tantos deseos de seguir viéndole, que crucé la calle y me oculté. Al regresar a limpiar mi mesa, bajo el quince por ciento de propina, destacó un sobre rosa con matasello del 2004. El remitente… su nombre. Sin dudar, miró por el mismo camino que hace unos segundos yo había recorrido hacia la puerta. Volvió a observar el sobre, casi confundido, y abriéndolo, se topó con su propia imagen en aquella antigua foto. A su alrededor estaban sus primeros tres hijos, sonrientes. Sin importar que le viesen, y despreocupado por el frío, salió de aquel lugar a toda prisa y mirando a todos lados, seguramente en mi busca. Caminó hacia un banco intransitable por personas y allí, tomando asiento y aún con el sobre y el retrato en sus manos, contempló nuevamente aquella arrugada fotografía, la cual sería de ahora en adelante, su nuevo tesoro. Por naturalidad humana, o quizás por el mismo destino, volteó el retrato, y halló una letra conocida, pero casi olvidada por los años de no verla.
-Que bueno fue verte, papá. Te amo.
Desde mi escondite al otro lado de la calle, supe leer en sus ojos, amor y nostalgia, y fue en ese momento que distingo brillo en sus ojos. En tan pocos minutos conocí cómo sonreía, luego cómo caminaba y ahora supe cómo lloraba.
EL HIJO DEL PASTOR
Por: José D. Hernández Pizarro
Desde los 5 años empezó la tarea de ser el hijo del pastor. Desde esa edad, Carlos Elías amó las cosas de Dios, les dió importancia y respeto. Ha trabajado al lado de su padre llevando la Palabra, dentro y fuera de Puerto Rico. Ha dado de su talento y su tiempo para ayudar a otras personas. Carlos ha trabajado tanto para el reino de Dios que últimamente se siente diferente. Una idea se le ha instalado en la cabeza; quiere salir un día, sin que nadie lo moleste, sin que nadie lo observe; a un lugar dónde pueda relajarse un poco, despejar su mente y no hacer nada más.
– Ya estoy cansado de lo mismo… Ir a la iglesia. Ir a la iglesia. A veces la gente te mira, pero no con una mirada de amor si no con ganas de criticar todo lo que tú haces. Ya estoy cansado.
Todos los día, Carlos Elías hablaba con Dios de esa manera, tú a tú. ¿Qué estaría Dios haciendo en ese momento en el cual Carlos hablaba con él? ¿Qué dirían los hermanos de la Iglesia, si lo oyeran hablando así? Carlos Elías se lo preguntaba, pero quien único se lo podía contestar no ofrecía respuestas. Así que seguía hablándole.
-Esta bien yo se que es bueno ir a la iglesia para cantar, adorar y otras cosas. Pero chico Señor yo creo que…….
Entonces se le ocurrió la idea. Carlos quería ir al cine, tenía que ir al cine. Nunca se había atrevido ir en un día de culto, pero esta vez sí iría. ¿Qué dirían los hermanos cuando le pregunten al Pastor dónde está su hijo y él les diga que su hijo prefirió ir al cine? A Carlos Elías no le importaría. Esta vez no.
-Bueno Señor, mañana en vez de ir a la iglesia, iré al cine. No me importa lo que la gente diga. Voy a disfrutar toda la noche comiendo popcorn y viendo la película. Eso es lo que voy hacer mañana.
Carlos Elías había tomado una decisión distinta, suya, propia. Sus padres le habían enseñado que primero eran las cosas del Señor, que lo de más vendría por añadidura. Pero tal parece que a Carlos se le había olvidado esas palabras.
Llegó el domingo, cuando todos en la familia se estaban preparando para ir a la Iglesia. Carlos se dirigió hacia el cuarto de sus padres y le dice.
-Papi hoy no voy a ir a la iglesia. Hoy voy a ir al cine.
Su papá escuchó esas palabras, tranquilo. Siguió preparándose para el culto, como si nada estuviese pasando. Carlos Elías pensó que su padre no lo había escuchado bien. Abrió la boca para repetir su decisión. Pero el Pastor le hizo señas de que no hablara. El hijo se quedó sorprendido, sobre todo cuando lo único que le dijo su Padre fue.
-Bien, ten cuidado en el cine y no llegues tarde.
Carlos estuvo toda la noche pendiente. Estuvo pendeinte, haciendo una larga fila para comprar su boleto. Pendeinte, después de conseguirse su buen bowl de popcorn y un vaso grande de refresco (no podía faltar un chocolate). Se dirigió nervioso hacia la sala para ver la película, que tanto había esperado. Disfrutó de la película, pero estaba seguro de que Dios lo iba a castigar. De que su Padre lo iba a castigar. Que todo era una prueba. Pero la noche trascurrió sin mayores sobresaltos. La película estuvo buena, bien interesante. Nadie lo miró. El espectáculo no era Carlos Elías, el hijo del Pastor. Sin embargo, algo faltaba.
Al salir del cine, le dieron ganas de hablar, de tú a tú con Dios, otra vez.
Señor te doy gracias por que me guardaste de todo peligro. La película estuvo interesante y bien buena, pero no sé…. No estoy conforme. Esperaba algo diferente.
Entonces, se dirigió a su casa.
Carlos Elías llegó. En la sala, su Padre escuchaba música. Decidió sentarse a hablar con él, a contarle cómo estuvo su noche.
-¿Gozaste en el cine?- le preguntó el Pastor.
- La película estuvo buena. Al final, la muchacha se queda con la herencia de su abuelo. Pero no sé, papá. Me siento extraño. Me falta algo.
Su padre se echó a reír y Carlos asustado le preguntó.
¿Papi, por qué te estas riendo, si no te he contado un chiste?
Su papá echándole el brazo en el hombro, y con una mirada tierna, le dijo.
-Hay tiempo para todo Carlos.
Luego el Pastor se levantó de la sala y se dirigió a su cuarto a dormir.
Bésame mucho
Por Noelia Montero
A esta hora, Mercedes llega a la galería. Puedes sentirlo por que hasta el viento párese detenerse para abrirle el paso. Y no es por sus curvas espectaculares o por que traiga implantes de silicona en el pecho. Es esa fuerza que sientes que te golpea con sólo presentir su llegada.
- Buenos días, Mercedes. ¿Cómo está?
- Aún respirando, don José. Ah y buenos días.
No sé para qué le pregunto si he recibido la misma respuesta fría durante cinco años. .Es que esta mujer es rudeza que en el fondo es cálida. Es esa sonrisa que oculta bajo un gesto de hastío, son esos labios que en vez de guardar un tibio beso, están condenados a vivir con sus compañeros inseparables: esos largos cigarrillos mentolados. Quizás como forma de castigo o por masoquismo, al llegar, siempre se dirige al patio trasero a fumar uno o dos antes de comenzar el trabajo.
_ Marta, en cinco minutos quiero a todo el mundo en mi oficina con reporte en mano; sin excusas.
_ Yo les informo a todos, Mercedes.
Ella vive con ira de haber dejado todo atrás en busca de un sueño que le quitaron, digo, que le tomaron sin permiso, como ella dice para consolarse. Dejó atrás su amor. Lo único que conserva es el beso que éste le dio en la palma de la mano al marcharse. Es por eso que siempre las frota para custodiar ese beso, el que guarda en su memoria con una imagen distorsionada de quien se lo entregó un día. Pero a pesar de todo eso, Mercedes conserva un lugar donde la enredadera del dolor que disfraza de frialdad y malas caras no ha podido envolverla del todo. Ese lugar es santuario.
- Bueno, vamos todos adentro. ¿Quién puso esas flores en mi escritorio?
- Fui yo. Las enviaron temprano
- Sácalas Marta,. Ya sabes que no me gustan.
- Quiero los reportes de la decoración, los entremeses, música. Hablen, que para eso les pago; no para que se queden mirándome.
- Los entremeses ya están. Llegan a las seis de la tarde.
- A la decoración le faltan algunas cosas.
- ¿Cuántos días tú necesitas para decorar por que si quieres cambiamos la exposición para el año que viene. La quiero lista al medio día. Si no ,ya sabes por dónde es la salida. Adiós, ya termine contigo y por el camino no recuerdes a mi madre.
- Mercedes, hay un problema con la música. Esta persona quiere que tu seas la que cante o sino se cancela todo.
- No te preocupes que eso yo lo resuelvo. ahora váyanse todos que ya terminamos.
Todos salieron tensos de esa reunión y estoy seguro que el decorador estuvo recordando la madre de Mercedes por varias horas. Mercedes volvió a salir al patio a fumar. Se veía ansiosa y pensativa y no era para menos. El dueño del beso que por tanto tiempo custodió regresaba. Habiendo tantas galerías, buscó la de Mercedes. Ahora quiere ella luche con sus fantasmas y vuelva a cantar
Nadie comprende lo que le pasa. Si supieran que ella fue una gran cantante con mucha fama . Hasta tenía un disco. Esto le duró hasta que volvió aquí por una oferta que le hicieron. Se lo pintaron hermoso. Profeta en su tierra : ¿quién no quisiera eso? Cuando llegó querían convertirla en alguien que no era
- OK Mercedes, lo primero es cambiarte ese nombre por algo más comercial, más anglo.
- Pero mi apellido es Rodríguez. Mercedes es mi nombre y me gusta…
- La maranta risa esa no va. Amanda Miguel ya la tiene. Esa ropita que usas la tenemos que cambiar por algo más sensual, ajustado, con escotes y tela de cuero. Mucho brillo y más maquillaje
- Pero…
- -¿ Tú quieres vender aquí? Pues tienes que hacer lo que te digamos. Nosotros conocemos este mercado.
Yo trabajaba para esa disquera. Mercedes no lo recuerda; era muy joven. Pero yo sí recuerdo su voz tan bien como ahora. Nunca escuché a nadie cantar con tanto sentimiento. Cantar era su vida y quería hacerlo en casa. Vi tantas veces a estas personas destruir los sueños de otros, que por eso me marché de allí.
La primera presentación de Mercedes en la isla fue la final. Después de ese día nunca la escuché cantar otra vez. Salió al escenario con el traje de cuero, mucho maquillaje, el cabello alisado. Cuando encendieron las luces, no pudo cantar. Su voz no salió .Todos comenzaron a reír y abuchear.
Mercedes se marchó y se juró que nunca dejaría de ser ella por nada ni por nadie. Depués , se convirtió en la Mercedes que todos conocen, amargada y vacía. Este pobre viejo ha esperado tantos años para volver a escuchar esa voz una vez más, antes de que dios decida llevarme.
- Don José usted me puede comprar una caja de cigarrillos por favor. Yo lo cubro.
- Mercedes, no fume tanto, que eso le afecta la voz.
- En este momento quisiera perderla y que nunca volviera.
- Eso no apaga los pensamientos y recuerdos, hija.
Así fue trascurriendo el día; entre apagar y encender cigarrillos. En la tarde se presentó un señor alto, guapo, que me que me entrego su tarjeta donde leí su nombre. Gerardo Vallejo. Debía ser el dueño del beso.
- Dígale a Mercedes que ya estoy aquí.
- Ella se encuentra en el patio trasero.
¿Qué se dirían después de tantos años.? Yo no podía perderme este acontecimiento de volver a ver a Mercedes al descubierto. Fui corriendo; compré los cigarrillos y cuando volví, me paré junto al umbral de la puerta para escuchar mejor.
- Me rehusó a entender que perdí la mujer que amo por un sueño que permitió que le quitaran.
- Gerardo, abre tus lindos ojos y date cuenta que no estamos en Barcelona , que aquello pasó. Supéralo. Se acabó. Hablemos de negocios.
- Está bien, ya mis condiciones están expuestas.
- Nunca me ha gustado que me impongan las cosas. Ya sabes cual es mi respuesta
- Te estoy dejando decir la ultima palabra como siempre. La decisión esta en tus manos.
- Gerardo espera. Hay algo tuyo que he guardado hace mucho tiempo y creo que ya es hora de devolvértelo
.
Mercedes le dio un beso en la frente; otro en la mano. Luego, se alejó. Entré rápido a entregar los cigarrillos.
-Gracias, don José.
Cuando salí, me escondí en el mismo lugar donde minutos antes había escuchado la conversación. Ella solo fumaba caminando de un lado a otro. Terminó la cajetilla. En ese momento iban entrando las fotografías de la exposición. Los empleados bajaron para ayudar con el montaje. Comenzaron a descubrir las fotografías y allí estaba . Nos quedamos paralizados. La exposición era de cantantes populares y entre ellas estaba Mercedes. Todas las miradas se dirigieron hacia ella y el espacio se llenó de ese silencio incómodo. Mercedes nos miró todos a los ojos. Comenzó a frotarse las manos y subió corriendo a su oficina. Escuchamos un grito desgarrador; era como un exorcismo.
Al rato, Marta recibió una llamada en su teléfono celular.
- Marta, necesito que me traigan las flores a la oficina ahora.
- En camino.
Enganchó. Luego refunfuñó para ella.
- Quien la entiende. Primero “Marta sácalas” ahora “tráelas” Esta mujer esta mal. Don José, ¿usted se las puede llevar? Es que a usted es el único a quien ella no le grita.
Me apresuré; debía apresurarme a subir las escaleras cargando con las flores del amado. Toqué a la puerta de la oficina.
- Pase don José. Sabía que lo enviarían a usted. Póngalas por ahí. Lo que me interesa es la tarjeta. ¿Me haría un último favor?
- Con mucho gusto.
- Me podría leer la tarjeta
- _Claro que sí
Abrí el sobre. Solo decía Bésame mucho…
- Gracias, don José
- ¿Gracias por qué?
- Por nada. Quiero que venga esta noche; es que creo que tengo algo que devolverle a usted también.
Pasé el resto de la tarde impaciente como un niño cuando lo van a llevar al parque.
Por fin llegó el momento. Se encendieron las luces y Mercedes salió luminosa, con su maranta risa, con un traje marrón que no le que daba ceñido al cuerpo y su arma más fuerte: ella al descubierto.
En ese momento comenzó a entonar aquella vieja canción que dice bésame, bésame mucho como si fuera esta noche la ultima vez.
Selvateo y Eredicto (Mito)
Por: Miguel Flores Alomar
En el principio de los tiempos, 800 mil siglos atrás, se paseaba el dios Selvateo por uno de los campos que le pertenecia a Eredicto, un dios lleno de odio y muy celoso con todo aquello que le pertenecia. Selvateo era un dios joven y amoroso de los demás. Se deleitaba en pasear por los campos y admirar la belleza de la naturaleza.
Ese dia, Eredicto decidió salir y admirar todo lo que le pertenecía y lo hacía sentir poderoso. En ese momento notó la presencia de Selvateo. Se molestó y se dirigió hacia él, retándole. Entonces comenzó una batalla entre ellos. Selvateo creía que la belleza de sus campos debía ser compartida con otros dioses. Pero el deseo de poder en Eredicto le impedía entrar en razón; así que, tomando una daga de oro que siempre llevaba consigo, la clavó en el corazón de Selvateo.
En ese momento y con extremada rapidez, Selvateo tomó la daga de oro de su corazón y la clavó en el de Eredicto. Fue así como la esencia del corazón de Eredicto, lleno de odio, y la del corazón de Selvateo, lleno de amor, 30 mil siglos después, se unieron y se convirtieron en lo que hoy llamamos ser humano.
LOS PIES DE LA BAILARINA
Por: Giselle M. Garriga Vidal
Francia era el país en el cual todas las muchachas que estudiaban en la Academia querían terminar sus estudios en ballet. Pero fue a mí, a quien le llegó una solicitud de beca para entrar a la Escuela del Ballet de la Ópera de París, al pasar una audición. A mí, y a mi compañero Esteban. Él sí tendría un gran futuro en el baile. Cuando las muchachas de la Academia se enteraron, lo único que hicieron fue especular que yo iría a esa audición porque era hija de la profesora. A mi no me importaba mucho lo que ellas pensaran, pero, siendo así, tengo que conseguir esa beca e irme a estudiar a Francia, porque sino mi madre cierra la Academia simplemente de la vergüenza. Yo me enteré cuando mi madre vino a entregarme la carta. Estaba tan contenta que sólo pudo extenderme el papel para que la leyera.
Mlle. Irrizary:
Tu as été choisi pour une bourse d'étude.
Fueron las primeras palabras que leí, había sido elegida para una beca de estudio. Se escuchaba bonito, es decir, en francés se escuchaba bonito. Fui a mi cuarto y me senté junto a mi altar de velas apagadas, tenía diez, de todos los colores. Como siempre me pasaba, pensé en encenderlas, pero no lo hice. A pesar de todo, no estaba contenta con aquella carta.
Teníamos tres meses para prepararnos. Comenzarían los ensayos intensivos desde el próximo día. No era tan sólo ir a Francia y pasar la audición, debía estar entre las más altas puntuaciones para que mis padres estuvieran realmente orgullosos. Esteban debería hacer todo por hacerme lucir bien, y él sabía que ese era el precio de ser escogido junto a mí.
Plié en posición de Premiére, en posición de Seconde, posición de Quatrième, posición de Cinquième. Así transcurrieron semanas de ensayos, con la música de Adolphe Adam. Semanas de poco comer, mucho ejercicio. Una noche me levanté, tenía hambre, mucha hambre, pero no podía comer a esas horas de la madrugada. Escuchaba ruidos. Aunque eran lejanos, sé que provenían de la casa, me levanté de la cama y caminé para ver qué pasaba. Mis padres discutían, como siempre pasaba cuando mi padre llegaba de los Estados Unidos. No podía oír bien lo que decían, me acerqué a la habitación.
- Madeline no va a terminar sus estudios en ballet. Yo haciendo todo por traer dinero a esta casa, y te las dejé para que fueran las mejores.
- Sabes que sí hice todo por criarlas. Mira a Bianca va directito al Le Ballet de l'Opéra national de Paris.
- No estamos hablando de Bianca.
- Siempre supiste que Bianca era más esbelta que su hermana. No tengo yo la culpa de todo.
Me alejé porque no quería seguir escuchando. Seguir escuchando no lo que hablaban, sino lo que había detrás de esas palabras. Seguir escuchando que mis padres tienen sus esperanzas puestas en que yo sea esa hija exitosa que tanto desean. Porque tengo la capacidad, las oportunidades, el talento. Pero me falta algo que ellos desconocen aún. Sentí dolor de cabeza, fui a la cocina, me serví unas galletas de chocolate sin azúcar y un vaso de leche sin grasa. Todo, con las luces apagadas.
Ya había transcurrido mes y medio de ensayo. En uno de éstos, nos dejaron solos, a mí y a Esteban, porque mi madre tenía una situación de la academia que resolver. Cuando se lo dije a Esteban, observé sus ojos, y aunque no sonrío supe que se había puesto contento. La profesora Eileen era muy exigente, más aún cuando serías el acompañante de su hija en una audición. Esteban me propuso danzar la canción Mi unicornio azul antes de comenzar con Adolphe Adam. Yo acepté, pues aunque no había escuchado la canción, el título me parecía hermoso. Al escuchar los primeros acordes me produjo una tristeza muy grande, no había escuchado la letra aún. Él me extendió su brazo, y danzamos. No hubo Battement Frappé, ni Arabesque, pero acompañamos a la música en sus acordes con nuestros cuerpos. En la estrofa Mi unicornio y yo hicimos amistad.., Esteban me elevó, él estaba acostado y con sus dos brazos me tomó por el costado. Cerré los ojos. Sentí como si volara, era una sensación de estar en el aire, sin miedo porque, aunque no sentía sus manos, sabía que eran grandes. El tuco de su dedo anular de la mano izquierda, iba adentrándose en la piel de mi costado. Ese pequeño pedazo de carne introducido en mi piel temblaba por el peso de mi cuerpo.
En los últimos acordes de la canción reímos y giramos. Cuando la canción llegó a su fin, caí en el suelo, producto del éxtasis de la música. Esteban, también cayó al suelo, pero no sonreía, tenía la mirada pérdida, y agarró su pie derecho. Cuando me acerqué para ver si se había lastimado, no soltó su pie. Le pedí que me dejara ver, le quité la zapatilla y tenía tantas ampollas en sus dedos, que nunca otra persona imaginaría que un hombre con su delicadeza pudieran tener los pies tan grotescos. Su cuerpo era flaco y esbelto. Era alto, más que yo. Su rostro no era tan tierno como su cuerpo, ya tenía facciones de hombre. El único defecto que le había visto era el dedo anular que le faltaba en su mano izquierda. A pesar de conocerlo hace mucho tiempo, nunca había tenido las fuerzas para preguntarle si nació así, o fue un accidente.
Yo entré a la academia de mi madre a los cinco años, él entró a los ocho. Hace siete ha sido mi pareja de baile en las clases. Cuando nos pusieron de pareja no le gustaba que las otras muchachas le dijeran que éramos novios. Él para desquitarse de alguna manera, comenzó a llamarme tucán, por la curvatura que tiene mi nariz. Ya, a nuestros diecisiete años lo hemos superado. Cuando me llama de esa manera sé que es para reírnos juntos. Ya no me hace llorar.
Busqué vendas, algodones y agua. Limpié sus heridas, le unté antibiótico y le coloqué las vendas. Sabía cuánto dolía, más aún cuando sabes que te falta un ensayo completo. Recordé cuando me viré el tobillo a los doce años. Estábamos, él y yo, y al hacer un adagio me dejó caer. Se asustó tanto que tomó su toalla y la amarró a mi pie. Dijo que si no me movía no me haría daño. Al día siguiente por su arrepentimiento, me regaló la flor que su madre usó a los catorce años en un musical. Una flor vieja, maltrecha y que es incapaz de producir perfume o suavidad por ser ficticia. Pero esa flor, ha producido bonitos sentimientos, lo que flores reales no producirán jamás.
Su madre siempre quiso ser una bailarina famosa. Su sueño se vio tronchado cuando a los veintidós años le amputaron una pierna, a causa de problemas con la diabetes. Desde ese entonces, con su hijo recién nacido en brazos, se prometió a sí misma que lo convertiría en un famoso bailarín.
Cuando volví a colocar su zapatilla, me miró a los ojos. Sus grandes ojos marrones parecían asustados. Se acercó a mí, y me habló en voz muy baja, tuve que hacer un esfuerzo para poder escucharlo. La mayoría del tiempo hablaba muy bajo, pero esta vez había algo más.
- No quiero ir a esa audición.
- ¿Qué?
- No quiero hacer ésto por el resto de mi vida. Quiero escapar lejos y pronto.
Yo lo había entendido todo, no habíamos escogido estar ahí. Esa tarde, no hubo ensayo.
La mañana siguiente, mi madre entró a mi cuarto desesperada. Sabía que tenía una preocupación muy grande, y una tristeza también. Se sentó en el borde de mi cama. Me miraba con lástima, y sólo quería entender qué estaba pasando.
- Mi amor, mi flaca hermosa, sucedió algo horrible.
- ¿Qué te pasa mamá, es bien temprano?
- Sí, pero es que… Esteban tuvo un accidente.
Yo me quedé sin reacción ninguna, mi madre no sabía si la había entendido, si todavía estaba dormida.
- ¿Cómo pasó?
- Conducía ebrio, y se estrelló contra un poste.
Yo sabía más allá. Quizá por eso no podía reaccionar. No sabía qué hacer, ni qué se supone que dijera. Pensé en encender mis diez velas, por la memoria de mi amigo, pero no lo hice, simplemente me escondí bajo la sábana. Quería pensar que era un sueño.
En su entierro vi a su madre, Samantha. Mi estómago gruñó, tenía mucha hambre, pero no apetito. Me dio vergüenza no tener lágrimas en mis ojos, pensarían que siempre fui una hipócrita con él. Al momento de bajar el ataúd su abuelo se acercó a la fosa para tirar con él sus zapatillas de ballet. Un impulso me motivó a gritar.
- ¡NO!
Todos se me quedaron viendo, lógicamente. Pero, no quería que enterraran a Esteban con su castigo.
- Es que quiero conservarlas.
En toda la noche no pude dormir, estaba desvelada. Escuche música, me dio con bajar a buscar galletas, pero no, mi madre debía estar despierta, preocupada por lo de mi audición. Así que me imaginé mi vida sin el ballet, y me gustó lo que veía, lo que pensaba.
Había ensayo, no importa lo que pasara, había ensayo. Mi madre, Eileen, me exigió mucho más que otras veces. Cambiaba la coreografía una y otra vez, por la ausencia de Esteban. Estaba mareada, no había comido nada, desde que Esteban murió. Me dolía la cabeza, todo me daba vueltas, a la vez que yo las daba. Mis ojos querían cerrarse, no había dormido, pero debía sonreír. Paré. Vi la expresión de mi madre, y lo entendí todo. Ese ceño fruncido, que ponía cada vez que no le gustaba la ejecución de las alumnas. Chassé, croisé, y caí al suelo. Sin pensarlo me levanté y continúe, no quería ni mirarla. Retiré y relevé en derrière, y resbalé nuevamente. Esta vez no quería levantarme, sentía mi cuerpo liviano, tan pesado. Me levanté, intenté mirarla a los ojos, pero se había volteado.
- ¿Qué pasa Bianca Sofía? Debes concentrarte.
Fui al radio, apreté para que la pieza de Adolphe Adam volviera a empezar. Sissone fermée, pique arabesco, mi cara volvió a tocar el suelo. Pero esta vez, no levanté la mirada, y sentí una sensación tan grande de querer llorar, que aunque quise aguantarlo, fue más fuerte que yo. Reposé mi cabeza en el suelo, y lloré, todo lo que había llorado este tiempo en silencio. Escuché la puerta que se tiraba, pero no miré. Me quité mis zapatillas, vi todas mis heridas. Vi mi juanete de mi pie izquierdo, lo odie, como siempre lo había odiado. Con mis uñas exploté las dieciséis ampollas que tenía, las conté mientras lo hacía. Me dolía, claro que me dolía, ¿pero por cuánto tiempo no me habían dolido y no había reaccionado ante el dolor? Pero esta vez lo lloré, lo grité y dejé caer mis lágrimas sobre mis pies, para ver si éstas sanaban mis heridas.
Estaba en el baño, curando mis heridas con agua y alcohol. Mi madre se acercó a ayudarme.
- Gracias, pero puedo hacerlo sola.
Me armé de valor y antes de que se diera la vuelta para irse, se lo dije.
- Madre, no quiero ir a esa audición.
- ¿Sabes cuántas niñas desearían tener el talento y las oportunidades que tú tienes?
- Esteban tampoco quería.
- Si no vas, cuando te des cuenta de que ésto es verdaderamente lo que te gusta, va a ser muy tarde.
Se giró antes de que pudiera decirle algo, y se fue.
Como todavía no tenía el valor para enfrentarme a mi padre, estaba allí, en Francia para la audición. Mirando las caras de todas las jóvenes français asustadas. Me entretuve hablando con ellas, porque me encantaba hablar francés. Muy pocas hablaban conmigo, estaban demasiado nerviosas para emitir palabras. Una de ellas me preguntó por qué la flor que llevaba en mi cabeza era tan vieja y fea. Un poco arriesgado para alguien que acabas de conocer, pero no me ofendí. Le dije que era mi flor de la buena suerte, y me reí pensando que si se creía lo que le dije era realmente una ignorante.
Llegó mi turno. Cuando crucé la puerta entre la sala de espera y el salón de baile, sentí una corriente por todo mi cuerpo. Aquí, se decidía mi futuro. Si pasaba esta audición sería para el resto de mi vida. Miré a los dos hombres y la mujer que componían el jurado. Pero me concentré en el que me miraba, pues el otro hombre y la mujer ya hacían sus apuntes desde que entré por la puerta. Miré sus ojos, eran bonitos, él era atractivo. Pero, más que eso era una mirada retante, quería probar cuán buena era. Coloqué mi disco y Adolphe Adam comenzó a llenar aquel enorme espacio. No me movía. Vi como sus ojos se achinaron, se estaba sonriendo, aunque no lo demostraba con sus labios. Estaba disfrutando verme ahí parada. Cuando los otros dos jurados vieron que no había movimiento alzaron sus vistas. Dejé de mirar aquel jurado atractivo, y comencé a danzar. Hice cuatro movimientos y la flor, que estaba enterrada en mi dona, se cayó de mi cabello. Paré a observarla y la recogí. Pero, en vez de volverla a poner en su lugar, solté mi cabello. Era largo, me llegaba a la cintura y muy pocas veces lo llevaba suelto. Salí por la puerta que me había estremecido anteriormente. Cuando me vieron las otras jóvenes salir tan rápido se sorprendieron. La misma que me había comentado sobre mi flor se acercó a mí.
- ¿Cómo te fue?
- Muy bien.
Me sonreí y salí. Cuando miré la hermosa ciudad de París, pensé que cuando llegara a casa encendería todas mis velas, hasta que se acabasen.
Mujer Común
Alejandra González Martínez
Hoy me desperté a las 5:00 de la mañana. Estaba bañada en sudor, creo que tuve una pesadilla. Hace mucho tiempo que no tenía pesadillas… Caminaba por un pasillo frío y húmedo. La luz era muy tenue, apenas podía ver por dónde estaba caminando. Las paredes del pasillo estaban cubiertas por puertas idénticas una al lado de la otra, sin rótulos ni diseños. Pero había una puerta en el fondo que brillaba. Una luz particular salía por debajo de la puerta, creo que era eso lo que perseguía. Cuando entré, de repente estaba en un cuarto muy pequeño, apenas cabía una persona, sin ventanas, sin ventilación, sin luz. La oscuridad comenzaba a arroparme mientras oía mis propios gritos…. Abrí los ojos, y tuve la sensación de cuando uno respira después de haber estado mucho tiempo bajo el agua. Hasta ahora había pensado que las pesadillas eran cosas de niños... “Es el estrés” _ pensé.
El día de la exposición se acercaba y me aterraba el hecho de que cientos de compañeros y críticos vieran mi obra. Desde que comencé a trabajar en el periódico mis fotografías han sido vistas por miles de personas. La diferencia era que en esta exposición no habría fotos de accidentes de autos, ni crímenes, ni actividades de la comunidad. Esto era algo personal, era lo que yo quería fotografiar, mi nombre no iba estar en letras pequeñas. Esto se trataba de mí.
Ya una vez despierta se me iba a ser muy difícil conciliar el sueño otra vez, por lo que decidí comenzar el día más temprano de lo usual. No comí nada porque había perdido el apetito. Sentía una extraña sensación en el estómago, y pensé que tal vez hablando con Liliana podría calmar mis nervios.
— “Diana son las 7:00 de la mañana, sabes que a esta hora no soy una mujer funcional.”
— “Lo se, pero no pude dormir bien” — le dije.
— “Cuando me llamaste y me preguntaste si podías venir para acá, pensé que había pasado algo. Pasa, estoy preparando café”.
El apartamento de Liliana era un lugar exótico, siempre olía canela y las paredes estaban pintadas de colores tierra y en ellas tenia colgadas pinturas de colores fuertes. Siempre lo he encontrado un lugar acogedor, ya que tiene un toque de su personalidad, a pesar de que es tan contraria a la mía. Yo era mucho más conservadora. Las paredes de mi apartamento son blancas y los muebles de colores oscuros. Ella muchas veces me ha comentado sobre la decoración sobria de mi apartamento, pero yo siempre he querido que luzca elegante.
“Es por la exposición, verdad” — me dijo Liliana mientras me daba una taza de café negro. “¿Tu no estás nerviosa?” — le pregunte un poco incrédula.
“Bueno, la verdad no” — me dijo “Además, es tu exposición.”
Siempre me he considerado una mujer resuelta, imponente y libre, aunque sólo en espíritu. Exteriormente, he intentado pasar desapercibida y ser casi invisible. Esa imagen de poquedad ante los demás me ha funcionado y ha sido bien aceptada. Sin embargo, esa parte de mí que siempre he mostrado a mi familia, a mis compañeros de trabajo, a todos, no era la que estaba plasmada en mis fotos de la exposición.
“Pues sí, pero sabes que a mí se me hace difícil exponer algo así, y más aún por los autorretratos.”
“Creo que te estás preocupando demasiado. Aún no me has enseñado las fotos, pero estoy segura de que son… hermosas.” — me dijo tratando de tranquilizarme un poco.
“Para mi lo son, pero tal vez no todo el mundo piense de la misma manera, tu sabes como la gente hace un escándalo a la menor provocación”
“Boberías, la desnudez es algo natural.”
La desnudez es algo natural. De eso nunca he tenido la menor duda. Como también estoy segura de que a la mayoría de las mujeres les resultaría incómodo que miles de ojos observen su cuerpo desnudo. Por esta razón, se me hizo un poco difícil encontrar modelos para mi exposición. Me acerqué a varias personas con mi propuesta, pero la idea de una exposición de mujeres desnudas no pareció muy atractiva a los tipos de mujeres que estaba buscando. Era más difícil buscar una mujer —por decirlo así— común y corriente. Una que no tuviera una figura perfecta, natural, con imperfecciones, auténtica. Si hubiera decidido buscar modelos en una agencia, tal vez hubiera sido más sencillo. Me acerque a varias amistades y conocidas, que llenaban para mi el estereotipo de “mujer común”, sin embargo, no tuve los resultados que esperaba.
—“De verdad me gustaría ayudarte, pero tal vez eso pueda afectarme en el trabajo.”
— “Diana, tu sabes que esas cosas me dan mucha vergüenza”
— “No creo que a mi esposo le agrade mucho eso...”
Estaba ya casi por darme por vencida. Liliana y una amiga de ella fueron las únicas que estuvieron de acuerdo. La única manera era tomándomelas yo misma. Finalmente decidí que la exposición iba a tener solo tres modelos.
Recuerdo el día en que tomé las fotos. Por la mañana cité a Liliana y ya más entrada la tarde, Gabriela, su amiga, vino a tomárselas. A ellas no les resultó tan incómodo como pensé. Esa noche, mientras estaba acostada viendo televisión pensé que, ya que tenía dos modelos, no sería tan necesario tomarme fotos de mi misma. Pero muy adentro sentí que si no lo hacía, a mi exposición le iba a faltar algo, algo que no sabía explicar. Más allá de expresar la belleza y la naturalidad que debe existir en la contemplación del cuerpo desnudo, yo quería decir algo.
Salí de mi cuarto y bajé las escaleras con cuidado porque estaba todo muy oscuro. Entré al estudio, que estaba en un cuarto vacío en la parte de abajo del apartamento y comencé a preparar la iluminación. Luego de terminar de ambientar, acomodé la cámara en el trípode y vacilante, me quité la ropa.
— “Sé que es natural… que son boberías, pero de esto depende en gran parte mi futuro en la fotografía... yo quiero que mis fotos sean arte, quiero ser más que una fotoperiodista que nadie sabe ni cómo se llama.”
— “Te estas presionando demasiado, debes tomar las cosas con calma” — me decía Liliana mientras colocaba un plato de galletas frente a mí — “¿Estás complacida con las fotos?”
— “Sí, son justamente como lo había imaginado.”
Luego de salir del apartamento de Liliana, decidí buscar mi cámara e ir algún lugar a despejar mi mente un poco. Fui al parque donde solía tomar muchas fotografías cuando estaba en la universidad. En ocasiones pasaba tardes enteras buscando colores, formas y texturas diferentes, más que cosas específicas.
Retrataba sombras y siluetas. Para mí siempre han sido interesantes, misteriosas y hermosas al mismo tiempo. Poder ver y no ver, ver solo el contorno, pero no la esencia. Fue ahí cuando me di cuenta porque hace unos meses atrás me levanté una noche y decidí retratarme desnuda. Yo quería dejar de sentirme como una silueta, yo quería mostrarme tal cual soy y que mejor manera que reflejarlo en el aspecto físico, escondiendo en él un aspecto mucho más profundo, más interior.
A las 6 de la tarde me encontraba yo en el carro de camino a la galería. Tenía la sensación de que mi cuerpo estaba manejando, pero yo estaba en otro lugar…
Estaba en un pasillo cubierto con puertas idénticas, una puerta en el fondo llamaba mi atención. La luz que irradiaba era tan fuerte que las otras puertas pasaban totalmente desapercibidas. Abrí la puerta y sentí que podía ver y que por primera vez estaba respirando.
Estaba yo frente a una fotografía 16x20, blanco y negro, de mi cuerpo desnudo.
“¿Por qué desnudos?” — me preguntó un hombre que estaba al lado mío mirando la fotografía.
— “No sé, son un reflejo de mi”.
“Son hermosas.” — respondió.
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