domingo, 8 de agosto de 2010

PIENSO EN LOLITA


No , no es la de Nabokov. Es otra. Una de las primeras mujeres que me sirvieron de modelo. Ella era el riesgo, el darlo todo por una idea. Pero sobretodo, ella era la valentía.

Para la muchachita boricua que una vez fui, haber sabido quién era Lolita Lebrón; haberla, incluso conocido en mis años formativos, fue fundamental.

Lolita Lebrón fue la comandante en jefe de la cédula de líderes independentistas que orquestraron el único ataque armado al Congreso de los Estados Unidos de América.

Corrían los años 50. Estados Unidos convencía al mundo de que los disturbios nacionalistas en Puerto Rico eran un problema "doméstico". De arriba le llegó la misión a Lolita, atraer atención internacional acerca del colonialismo en Puerto Rico.
Cuando el grupo de Lolita llegó hasta la galería de las visitas en el piso superior de la "Cámara" en Casa Blanca, se incorporó y gritó «¡Viva Puerto Rico Libre!» y sacó la bandera de Puerto Rico. Luego, el grupo abrió fuego utilizando armas automáticas. Sonaron alrededor de treinta disparos. Cinco representantes resultaron heridos. De ese ataque queda aún el recuerdo de un agujero del tamaño de un centavo que se puede apreciar en el escritorio que es usado por los Republicanos cuando se dirigen a hablar en el piso de la Cámara.

Un recuerdo del tamaño de un centavo. Una isla del tamaño de un centavo.

¿Cuál es el verdadero tamaño de la gesta de Lolita?

Durante su arresto, Lolita gritó: «¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico!». Lolita y sus compañeros de lucha fueron acusados por atentado de asesinato y otros delitos, y sentenciados a morir. El Presidente Truman conmutó la sentencia de muerte a cadena perpetua y Lolita fue encarcelada en la Institución Federal Industrial para Mujeres en Alderson, Virginia Occidental.

Bajo presión internacional, el Presidente Jimmy Carter en el 1979, concedió la amnistía a Lolita Lebrón, Irving Flores y Rafael Cancel Miranda después de haber estado 25 años en prisión. Andrés Fiqueroa Cordero había fallecido en prisión antes del indulto presidencial.

La mujer que soy ahora ve con sospecha los gestos de Lolita. Morir por la patria. Asumir 25 años de prisión por la idea de la patria. Pero la historia es la historia y está compuesta de hechos y de ideas. Mi historia es muy distinta a la que vivió Lolita Lebrón , la que vivió toda una generación de puertorriqueños que sufrieron la Gran Depresión, la opresión militar violenta a toda gesta independentista, a todo acto de afirmación nacional, la marginación de la emigración puertorriqueña a Estados Unidos.

Soy hija de muchas luchas ganas y de otras perdidas- Vieques y la desmilitarización de Puerto Rico, la defensa del español como nuestro idioma oficial (lo que costó mucha huelga, despidos, arrestos y ganó el Premio Principe de Asturias del 1992 para Puerto Rico como pueblo entero). Veo a Obama en el poder (que todavía no cierra Guantánamo, aunque lo prometió) y por lo tanto, también veo el sitial que han ganado muchos boricuas hermanos que emigraron hacia Estados Unidos y que ahora son escritores de renombre, asesores del Presidente, líderes sindicales con muchísimo poder de convocatoria, dueños de empresas latinas.

Veo esto, vivo esto y pienso en Lolita.
En un agujero del tamaño de un centavo y lo que cuesta hacer ese agujero y que permanezca ahí donde está.

Mi historia es distinta, creo en métodos distintos; pero gracias a Lolita, a los líderes nacionalistas que todavía admiro y respeto, conozco bien la que me antecede. Reconozco mi deuda eterna. Lolita es el recuerdo de una herida abierta. También es la invitación a la lucha (no tiene que ser armada) por un país y por la jsuticia social para todos. Y es , sobretodo el orgullo de ser mujer y de ser boricua.

Lolita ha muerto. Su entierro fue somero, rápido, como si el país quisiera borrar de nuevo la herida. De un día para otro. Fluyeron los e-mails. Claridad, siempre defendiendo la memoria y la historia de nuestro país, le dedicó portada. Luego, todo se esfumó. Los de mi generación no tuvimos tiempo ni de ir a despedirnos.

La noche previa a su entierro, Angel Darío y yo nos reunimos en su nueva casa parroquial en el barrio Arenal de Toa Baja. El me leyó poemas producto del taller de escritura creativa para jóvenes que ofrece en su comunidad. Me contó detalles de la vida de sus talleristas. Hijos de madres esquizofrénicas y alcohólicas; el noveno hermano de una familia sin padres, o de demasiados padres, todos ausentes, gente así. Gente por la que luchó Lolita. Aidara (mi hija) dormía arriba, en la oficina de Darío. Nosotros hablamos de Haití y los sueños perdidos, la traición de Aristide, de la poesía,de lo que todavía queda por hacer, de las grandes necesidades de nuestro pueblo,convertidas ahora en discursos vacíos en boca de "falsos profetas". Y pensamos en Lolita. En Lolita y su acción. En Lolita y las consecuencias de su acción. Lo que cuesta la acción. Y en las consecuencias de las acciones pequeñas, de los pequeños sacrificios desarmados que cometemos tantos, todos los días; quizás todas destinadas al olvido, a dejar marcas diminutas, del tamaño de unc entavo.

Entonces pensé que le debía a Lolita lo único que le puedo ofrecer, mis palabras y mis respetos. Desconozco el tamaño que adquieran estas palabras. Pero debo decirlas, inscribirlas, que hagan hueco. eco.

Reconocer lo que Lolita Lebrón fue y de lo que sigue siendo en mi vida:

una mujer dispuesta a actuar ya afrontar las consecuencias de sus actos.