jueves, 27 de mayo de 2010

JADEANTE Y SUDOROSA #9


He vuelto a la brea. En contra de indicaciones médicas. Me tuvieron que inyectar el talón, me desaconsejaron ejerciciois de alto impacto. Como quiera, tuve que volver a correr.

No puedo hacer otra cosa.

Toda mujer lo sabe. Somos la presa. Todos los humanos lo sabemos, unos con el recuerdo más vivo que otros, con ese instinto más a flor de piel. Somos la presa.

Correr es el deleite de escapar.

Me impuse la imposible tarea de intentar no correr, de tan solo "caminar". Pero no pude.
A la primera gota de sudor, mis pies se hicieron ligeros, el dolor desapareció de mi talón derecho. La brea comenzó a exigirme velocidad.

Fue hoy por la mañana.
Doblé por la Mac Cleary hacia la playa y caminé todo lo que pude. Pero por el malecón de la playa de la 8- la antigua Playa del Ultimo Trolley- comecé a correr, a toda carrera.

Un tirador de drogas hacía sus negocios por teléfono. Le oí su voz ronca- de jodedor de esquina- mucho alcohol y mucha coca. Mucho haber visto peleas, navajazos, tiros, noches rotas. Hablaba de la neceidad de resolver el asunto de mover un "encargo" de lugar a lugar. Era temprano en la mañana. No había que cuidarse demasiado de los guardias.

Dos mujeres maduras corrían envueltas en sudor y en una conversación a toda voz. Las rebasé, feliz. Un hermoso joven negro corría sin zapatos por el lado de la playa. Era largo, alto, posible baloncelista (o por lo menos, incubando los sueños de convertirse en uno y así poder salir de la pobreza, de las matanzas, de la persecusión, de ser la evidente presa) Me sonrió. Cosa extraña, los jóvenes negros de mi país no sonríen. Los jóvenes negros de mi país intimidan con la mirada, para protegerse, para marcar el territorio, para tratan de convencer a todo el mundo de que son ellos el devorador y no la presa.

Pero este me sonrió. Y yo a él, enternecida. Hermanada. Seguí corriendo.

Llegué haasta el final del malecón y después, decidí seguir corriendo por la playa, por el mismo lugar por donde me topé con la sonrisa del muchacho. Pisé cada una de sus huellas. Les corrí encima. Y, cosa, rara, aún después de meses sin correr, no me sentí fatigada ni un segundo.