sábado, 6 de octubre de 2007

Historia de una lectura #2: Muerte en Venecia o acerca del arte de escribir


La primera vez que leí "Muerte en Venecia" quedé vencida por la novela. Venía de intentar leer "La montaña mágica", lectura de Mann que jamás he podido terminar. Pero "Muerte en Venecia " me sedujo por completo- no por ser una novela corta, sino por las múltiples "desviaciones metanarrativas" que componen la novela.

Aparentemente "Muerte en Venecia" narra el amor senil de Gustav Ausenbach por el joven polaco Tadzio. Pero no. Es una novela acerca de la belleza, de vivir enamorado de la belleza, de dedicar la vida entera al oficio, a la disciplina, al sentido común, al trabajo inaguantable que es sostener el hilo de una sola narración, para después morir como un payaso contemplando la Belleza. Ahí es donde está la gran lección de esta novela- la gran lección en la cuál consiste el ejercicio de la narrativa. Porque la Belleza acontece donde menos uno se lo espera. Entonces sólo queda incarse de rodillas y bajar la cabeza, ofrecérsela a sus veleidosos apetitos.

La gente que no escribe novelas a veces piensa que escribirlas puede ser muy difícil (por que eso de sentarse por horas a producir 200 páginas de algo es ejercicio de locos) o muy fácil (porque escribir mucho cualquiera lo hace, lo difícil es escribir poco). Pero lo difícil de arte de escribir novelas es aguantar la tensión de seguirle la pista a una sola historia. Ese ejercicio de orden, de entropía y de densidad supone una capacidad de foco y una frialdad de carácter que a veces resulta inaguantable. Sin embargo, un escritor de novelas sabe que debe entregarse por entero al proceso; escribir, aunque se aproxime la plaga, la muerte, la decadencia. Escribir mal, si es preciso, hacer el ridículo, pero intentar acrecarse cada vez más a ese Orden ( aunque sea un orden posmo y experimental) a esa Belleza.

Ya voy po la octava lectura de "Muerte". Me detengo esta vez en el siguiente pasaje:


"
Para que cualquier creación espiritual produzca rápidamente una impresión extraña y profunda, es preciso que exista secreto parentesco y hasta identidad entre el carácter personal del autor y el carácter general de su generación. Los hombres no saben por qué les satisfacen las obras de arte. No son verdaderamente entendidos, y creen descubrir innumerables excelencias en una obra, para justificar su admiración por ella, cuando el fundamento íntimo de su aplauso es un sentimiento imponderable que se llama simpatía. Aschenbach había escrito expresamente, en un pasaje poco conocido de sus obras, que casi todas las cosas grandes que existen son grandes porque se han creado contra algo, a pesar de algo: a pesar de dolores y tribulaciones, de pobreza y abandono; a pesar de la debilidad corporal, del vicio, de la pasión. Eso era algo más que una observación: era el resultado de una experiencia íntimamente vivida por él, la fórmula de su vida y de su gloria, la clave de su obra. ¿Por qué había de extrañar, entonces, el hecho de que lo más peculiar de las figuras por él creadas tuviera su carácter moral? "