domingo, 18 de enero de 2009

UN LUGAR LLAMADO OREJA DE PERRO


Leer la nueva novela de Iván Thays "Un lugar llamado Oreja de Perro" es un ejercicio en "resilience". No hay traducción para esa palabra "Resilience", quizás sea "resistencia" , pero el significado intrínseco de la palabra es menos bélica. La textura literaria de la novela taladra la piel como un ácido y desgarra por dentro lentamente. Pero uno resiste; resiste las historias de muerte, de pérdida, de tortura y de violencia, resiste. Como lector, una lee la desgarradora nitidez de las oraciones secas, mutiladas ellas mismas- como si el lenguaje utilizado por el narrador fuese también sobreviviente de terribles torturas. A fin de cuentas, desde el principio de "Un lugar" el narrador ya ha tirado su advertencia. Advierte acerca de "las aburridas palabras", como éstas han sido utilizadas por el gobierno y la prensa para que la gente se acostumbre a la violencia. Por eso el lenguaje en "Un lugar llamado Oreja de perro" es tan parco, tan mutilado, tan "instalado en sus heridas". Y por eso el acto de su lectura es una experiencia de "aguante", de "resilience" ergo, de transformación. Esta novela transfofrma al lector, lo enreda en la madeja interna de una historia que muy bien puede ser política, pero que se va desarrollándose y desenrrollándose desde adentro. Ese adentro es el verdadero protagonista de esta novela- propone una nueva "intimidad" entre lector y lectura- no la intimidad acostumbrada del que se sabe "peeking in", mirando a distancia segura un secreto. Es una intimidad que involucra, que muestra las heridas en zoom para que el lector las sufra, desvíe la mirada, se acongoje, diga, "no aguanto más", no por morbo ni por shock, sino por pura angusita. Y sin embargo, ese lector se hace más resistente al dolor, que no más insensible, y sigue leyendo.

La historia es sencilla- a un periodista venido a menos le asignan curbrir la visita de l presidente Toledo a un lugar azotado por la guerrilla y donde se han descubierto muchas fosas comunes. El periodista llega, espera, cubre la llegada del presidente, cubre la muerte violenta de un sargento que es asesinado durante la visita presindencial y regresa a Lima. Mientras tanto, suceden cosas. Sucede, por ejemplo, que el periodista conoce a Jazmín, una chola preñada con quien se acuesta dos veces, a Maru, una antropóloga blanca (e insufrible) que coquetea con él, a un tal Tomás que le ad,vierte que deje a Jazmín quieta. Le sucede que Mónica, su mujer, lo abandona, dejándole una carta que él no logra contestar. Le sucede algo peor, que su hijo de cuatro años ha muerto súbitamente durante el sueño.

Pero nada de este engranaje narrativo importa, realmente. Lo que importa es cómo Thays logra que en "Un lugar llamado Oreja de perro", el lenguaje , de una manera casi alquímica, lleve a experimentar la tortura que es intentar traducir la pena terrible que es contestar cartas o hacer una crónica o escribir una historia en un mundo en que las palabras han dejado de significar algo íntimo, algo "real", algo que no es una puesta en escena. Por eso, la carta que le deja Mónica nunca aparece en la novela. Por eso no puede contestarla. Por eso. Porque el silencio dice más, el circumloquio dice más. Porque, pese a todo, hay que intentar escapar de la "puesta en escena" en que se han convertido las palabras. Esta es una novela que narra la educación sentimental de un hombre en un lugar llamado Oreja de perro, un hombre animalizado por la violencia, la guerra, la muerte. Es decir, que la novela narra la historia del animal humano, parafraseando a W.G.Sebald, la "Historia natural de una destrucción". "Un lugar llamado Oreja de perro" se desescribe en cada trazo, en cada página, dejándonos abandonados en nuestra propia intimidad política y personal, que carece de palabras para entender y explicar el dolor- el ajeno, el propio.

Y cómo se sobrevive a este dolor.