viernes, 14 de septiembre de 2007

Escribir para la tele o el montaje de lo real


(versión íntegra de artículo para Mirador, del periódico El Nuevo Día)

para Pedro Mairal

Mucho han hablado los escritores de cómo el cine ha influído en el desarrollo de la literatura. Ahora bien, pocos han sido los que han admitido la influencia de la televisión no tan sólo en sus temáticas literarias sino en su manera de escribir. Sin embargo, este siglo(y el pasado) está lleno de escritores “masmediáticos”; es decir, de escritores que escribimos para cualquier medio, bien sea para la prensa, el medio editorial, la televisión, la radio o el cine. Más importante aún, este siglo está lleno de personajes literarios que ven televisión. Así como Daniel Montero, el protagonista de la novela del argentino Pedro Mairal en “Una noche con Sabrina Love”, todos los escritores que nacimos viendo más horas de televisión que hojeando las páginas de un libro, nos encontramos salvando las más increíbles distancias entre lo natural y lo urbano, la acción y la palabra, el montaje y lo real.

Vivimos, cierto es, en la era televisiva. Mairal, que en su blog postea un excelente ensayo acerca de las relaciones entre literatura y televisión, afirma:

…todo escritor nacido después de 1960 vio y aprendió montaje de cine a lo largo de toda su experiencia de televidente. Eso, probablemente, haga que su narrativa sea distinta, tal vez más visual, más vertiginosa y ágil, por tener ya incorporada una velocidad, un modo de escribir en fragmentos, con una preponderancia de la acción. En cuanto a la poesía, suele encontrarse una estética de videoclip en los poemas, un surrealismo alienado, al estilo MTV, con una sucesión de imágenes oníricas que probablemente la poesía surrealista, simbolista y beat contagió a las letras de rock y que, a su vez, los rockeros trasladaron luego a sus videoclips.

Hay otra cosa más allá de esa forma de escribir de todo escritor nacido después de los años 60. Esa “otra cosa” tiene que ver con la experiencia televisiva, es decir, con esa extraña experiencia de lo real que transmite el medio de la televisión. Escribir con la televisión prendida en la mente (es inevitable) obliga a un cuestionamiento de “lo real”, de esa categoría que reina en la televisión y que día tras día convierte a la gente en Don Quijotes o en Cho Seung-hui, el pistolero de Virginia Tech. Los reality shows, las competencias, las entrevistas, los episodios de “the Fabulous life of” Paris Hilton, o Nicole Richie o la chica o chico famoso que sea, los blogs y los “You tube” convierten cada experiencia cotidiana en un “reality show”. Hacen que la gente viva como si alguien los estuviera mirando por una pantalla televisiva. Ya no estamos hablando del complejo del “Big Brother” Orwellino, ni del panópticon de Foucault. Estamos hablando de plantearnos que cada hombre, mujer y niño, desde los rincones más remotos del planeta, puede tener acceso a una “imagen real “ de cada individuo sobre la faz de la tierra. La imagen de lo real impera- la imagen/ montaje de cómo viven los demás, de cómo se desenvuelven, de cuáles de sus gestos más inocuos son noticia, información, hecho digerible e incorporable en el imaginario de todos los seres del mundo con acceso a una computadora y/o a la televisión .



Eres si tienes acceso a la imagen. Eres más si te conviertes en imagen.



Pero entonces, ¿dónde queda el estatuto de la ficción?

La ficción es eso que trasviste a la realidad de mentira, o más bien , de produccción del ingenio y de la imaginación. En el mundo moderno, el ingenio (la razón) y sus productos se convirtieron en lo más preciado que podía ostentar un Hombre, una Cultura, una Nación. Imagino que por eso nadie le agarró el chiste a Cervantes, cuando dijo en su prólogo que iba a escribir la historia del “ingenioso” caballero Don Quijote de la Mancha. Todos los lectores enamorados de la razón se olvidaron (o escogieron olvidar) que Cervantes se reía de ese bien que un siglo después tanto amó la Ilustración y lugo la Modernidad. Pero en el siglo XVII, la Razón era un valor cultural un tanto siniestro y por lo tanto Cervantes se rió en la cara. Equiparó el “ingenio” a la locura.

Esa equiparación de ingenio y locura es la manera perfecta de hablar de la literatura. Escribir en literatura es precisamente equiparar ingenio a locura, verdad a mentira, romper con los estatutos morales del “decir”. No se trata aquí de “testificar”, ni de “confesar” ni de informar, ni siquiera de “hablar”. Escribir en lenguaje literario puede de manera natural y fluida, combinar verdad con mentira. El que escribe “bien” logra que nadie pueda descifrar cuando lo que se dice está del lado de lo real y cuando de lo ficticio o imaginario. Ergo verdad y mentira quedan ambas contaminadas de la naturaleza o peso moral de la función opuesta. Esdecir, que, en literatura una mentira puede revelar una gran verdad y viceversa.

Sin embargo, hay que admitir que lo televisivo instaura la categoría de “lo real” (keeping it real, representing, being real) como el valor máximo de un ser, una actitud, una cultura. Sin embargo, todos sabemos que “lo real televisivo” es puro montaje. Son luces y tomas, vestuarios y edición. “Lo real” no puede equirarse a “lo ficticio” (de la misma manera en que Cervantes equiparó el ingenio a la locura). Lo real (sobretodo en esta era de lo global televisivo) no adquiere un valor semejante a lo que podemos llamar “la verdad literaria”.

Creo que ahora más que nunca, la categoría de “lo real” reina en el espacio de lo literario. Que lo que narras se parezca “a la vida real”, que se base más en la acción que en lo lingüístico, o que la exploración metaliteraria, que la gente se vea en la página, identifique acciones, colores, movimientos, imágenes, es una de los efectos más impresionantes de la televisión en la literatura. Y aunque la literatura jamás podrá competir con los verdaderos medios masivos de la era de la imagen y la globalización, cada vez más los libros se escriben con la tele prendida en la mente. Los capítulos parecen más a episodios televisivos, o talk shows, y los casos tratados en el ingenio se escojen por su cercanía a la “vida real”, (whatever that means ahora que la tele ha vuelto lo real en montaje).

Escribir “Las guerreras”

El pasado 11 de septiembre salió al aire la miniserie “Las guerreras” por el Canal 6. Sobre 20 mil personas se dieron cita para frente al televisor para ver el evento. Yo fui una de esas personas. Quería ver en pantalla la realización de lo que fueron horas de investigación y escritura de libreto. Me gustó ver un trabajo mío llevado a la pantalla chica.

Sin embargo, ver “Las guerreras” mehizo percatarme de cierta manera de escribir. De forma ineludible, me dí cuenta de que siempre escribo de igual manera, haciendo el ejercicio de montar lo real como si fuera ficticio y viceversa. Sin embargo, en literatura (es decir, en el medio masivo del libro) lo real siempre me ha parecido tan alejado de lo ficticio que me siento protegida por la invisbilidad de la palabra. Puedo hablar de mi vida personal, de la vida íntima y privada de mis amigos, vecinos, familiares . Pero lo hago pensando en que “no se van a notar las costuras”. En que sólo los que saben sabrán identificar a la musa que informa la historia.

Mis textos siempre han estado plagados de huellas de lo real. Cada una de mis novelas son historias que he visto vivir. Lo que me invento son los nombres (los cuales cambio) , la hilación de sucesos, la combinación de personalidades que terminan definiendo a un solo personaje, la manera en que logro que mis historias comuniquen un mismo mensaje. Pero lo real está ahí, en cada página, camuflageado como si fuera ficticio, como si hubiera salido de mi imaginación.

Pero ahí en la tele, mientras veía “Las guerreras, aparecían las conexiones de manera demasiado evidente En Johanna Molina, personaje interpretado por Sara Jarque, apareció encarnada mi prima, la capitana del ejército Mayra Giovanni Molinary Febres, su vida entera. Me dí cuenta de que mi amistad con Aurora Lauzardo había dado pie a la interacción y los diálogos entre Celina (Carola García) y Julia Salamán (Dolores Pedro). Las historias de mi tío Yaré, las de mi tío Pedro Santos, y del padrino de mi ex, Don Ladislao Ortiz, todos veteranos, aparecieron en pantalla. La vida de Don Miguel e Inés, un vecino cojo y veterano casado con una mujer muchísimo menor que él, me inspiraron para desarrollar la trama de Sonia Cardéc, la señora acusada de envenenar a su marido veterano. Todos mis muertos y mis vivos, mis afectos y mis pesadillas aparecían frente a mis ojos y me hicieron cuestionar si lo que estaba contando era demasiado “real” . . Me dio un episodio Quijotesco y dude de mi “ingeio”. Quizás fueron los efectos del medio, es decir de la televisión. Quizás, en esta era televisiva no haga falta la imaginación como la pensábamos durante el siglo pasado y el antipasado. Quizes la literatura cada vez se parezca más a un “reality tv” . Habrá que pregntarse entonces cuánta realidad aguanta un libro, un libreto, cuanto de esa realidad no es ya , de por sí, un montaje.


El montaje de lo real

La televisión nos ha marcado de una manera profundísima.. Nos hace darnos cuenta de cuán “ficticia” es la realidad que nos presenta la tele en forma de noticias, de reality shows y de “talk shows con expertos”. Pero, más importante aún, (y a mi, por lo menos,) la tele enseña cuanta vida se le escapa a la “realidad”, es decir, cuánta realidad no se ha contado aún,ni se contará porque es “demasiada” (too much) para resistir “el montaje” de lo que los canales multinacionales, las convenciones sociales, la moral consumista acepta como “lo real”. Ese “excedente de realidad” es buen material literario. Dicho “excedente” atrapa al el ojo atento que es capaz de recogerla, de devolverla a la memoria, de rescatarla del olvido, que no es sino troa manera de llamar a Maquina de Edición que es es Imaginario Social. Por detr´s de la tele queda el subonciente colectivo, sus monstruos y pesadillas- that which is “too much”.


Detrás de la imagen está el excedente de la imagen. El fade to black, la escena que no llegó al final cut. Esa realidad excesiva quizás sea el nuevo territorio de lo literario post-televisivo. Sólo me aventuro a un “quizás”…