lunes, 10 de agosto de 2009

EDMUNDO Y EL HORROR

La semana pasada estuve impartiendo un curso en El Escorial auspiciado por la Universidad de La Complutense. El curso era sobre Poe y su influencia en la literatura iberoamericana. Hoy, en El País, Edmundo Paz Sldán comenta el curso. Dice Edmundo:


¡El horror, el horror!

La semana pasada tuve la oportunidad de participar en un curso de verano dedicado a Edgar Allan Poe y sus descendientes en la literatura española y latinoamericana. No es casual que haya sido Fernando Iwasaki el encargado de organizar este curso en El Escorial; este escritor peruano es hoy por hoy uno de los que más está haciendo por la literatura de horror en español: por un lado, como coeditor, junto a Jorge Volpi, de una de las mejores compilaciones de la obra de Poe que se han publicado este año en que se celebra el bicentenario de su nacimiento (Cuentos completos, Páginas de Espuma, 2009); por otro, como autor de Ajuar funerario (Páginas de Espuma, 2004), un notable libro de microrrelatos que logra darle un toque cómico e ingenioso al género del horror y ha sido todo un éxito de crítica y lectores.

Espido Freire habló sobre las relaciones entre lo vampírico y lo femenino. La escritora españala comenzó de manera evocativa, recordando su adolescencia de "chica gótica" y sus primeros encuentros con lo vampírico en Beowulf, en una película de Polanski (El baile de los vampiros) y en las tradiciones vascas de la lamia. Luego analizó cómo la figura del vampiro ha sido revalorizada por la cultura popular en los últimos años, pero con un cambio preocupante: si el Drácula de Stoker era un personaje complejo, lo que cuenta hoy es la idea simplista del vampiro como un ser malvado por sí mismo, un eterno adolescente cuyo único mérito reside en su belleza y su carisma. El mensaje de novelas como Crepúsculo para las adolescentes parece ser: hay placer en ser poseída. Espido señaló que no tenía interés en hacer una lectura moralista de textos literarios; sin embargo, eso fue lo que hizo. Al discutir una escena clave de Frankenstein -el encuentro del monstruo con la niña del lago--, se preguntó dónde estaban los padres de la niña (en estos tiempos, se le exige corrección hasta a los monstruos: algunos vampiros en True Blood y Crepúsculo rechazan beber sangre humana).

Una de las ponencias más esclarecedoras fue la de Peter Elmore, que habló del lado siniestro de la literatura latinoamericana. El escritor y crítico peruano construyó un corpus sugerete de la literatura fantástica del siglo pasado, que incluía textos canónicos -"La gallina degollada", de Horacio Quiroga; "Casa tomada" y "Las puertas del cielo", textos de Cortázar que dialogan con Poe ("La caída de la casa de Usher" y "Ligeia", en especial); Aura, esa gran reescritura del relato gótico- y otros no tan conocidos: La doble y única mujer, novela corta del vanguardista ecuatoriano Pablo Palacio, y Sombras suele vestir, del argentino José Bianco.

Elmore señaló que en la literatura latinoamericana no hay un género propiamente dicho de lo fantástico o del horror. Por ello, leemos lo fantástico como realismo mágico; De sobremesa, novela del colombiano José Asunción Silva, como un texto crucial del modernismo y el decadentismo, pero no como literatura fantástica. Lo mismo puede decirse de Pedro Páramo, una novela de fantasmas discutida sobre todo en la categoría abarcadora de la producción literaria en torno a la revolución mexicana.

Mayra Santos se detuvo en El corazón de las tinieblas, la novela corta de Conrad influyente en textos relacionados con lo que ella llamó con acierto "el horror racializado". En Conrad el encuentro en Africa con lo primitivo, lo animal, lo atávico, produce una seducción: Kurtz deja de ser el europeo civilizador para convertirse en un salvaje. Para Mayra, la reconfiguración de este imaginario perturbador sólo se producirá en el Caribe y América Latina a partir de El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier.

Las palabras de Mayra me hicieron pensar en la literatura indigenista de la región andina. Como en Conrad, el terror racializado tiene que ver con el clima de violencia constante, los abusos de todo tipo hacia los indios, pero también con el pánico ante la posible venganza indígena. Y es cierto que hubo fascinación por lo indígena -muchas de las novelas tratan de la violación de una hermosa mujer india--, pero predominó el miedo a que el contacto revelara que los "blancos" eran más bien mestizos con sangre indígena que se hacían pasar por "blancos".

Sí, el miedo, el horror. Vale la sugerencia de Elmore: habría que volver a los clásicos indigenistas -Alcides Arguedas, Ciro Alegría, Jorge Icaza- y leerlos como literatura de horror.