viernes, 21 de marzo de 2008

JADEANTE Y SUDOROSA#5: MAREJADAS





JADEANTE Y SUDOROSA #5

Viernes Santo. Según las noticias, hay olas de 20 pies mar afuera. Pocas veces en la historia de la Isla se han visto marejadas tan potentes sin que haya amenaza de huracán. No hay tormenta. Afuera el sol refulge. Corro.

Decido hacer el trayecto largo. Parque Stella Maris, Paseo de la Laguna por la Marginal de la Baldorioty, Puente Dos Hermanos. Ventana del Mar. Parque del Indio. Cuatro millas de extensión. Por todos lados, carros aparcados miran las marejadas. Fotografian las marejadas, se viven el cataclismo. No es gran cosa. El aire ondea preñado de sal. Hay más arena en la carretera que de costumbre. Las olas bañan un poco los puentes y las avenidas. Me lamo los labios. Están salados. No sé si de sudor o de salitre. La misma salvia. La misma sal. Soy una gota de mar que resbala sobre la superficie del asfalto.

Por todos lados, la multitud mira. No como cuando corro hacia Punta las Marías. Allí la gente (poca, esparcida) se estaciona, se baja de los carros a las cinco, a las seis de la mañana a contemplar el mar. Se sientan a respirar el oleaje, a despejar la mente, a prepararse para el día. Amo en secreto a cada uno de los seres mañaneros que hacen eso- mirar pa’ lejos, fundirse con la sal y hablar con la Madre. Los amo a todos. A los masturbadores, a las divorciadas, a los corredores, a las solitarias amas de casa, a los ladrones, a los trabajadores frustrados, a los suicidas. Los amo a todos y soy una con ellos junto a las olas.

Pienso en Pedreira. Por más que quisiera que no tuviera razón, tengo que otorgársela. Vivimos de espaldas al mar. A la Madre nutridora.

Tienes que estar brava para que la multitud te note”, digo. La voz me sale entrecortada por el jadeo y el sudor de la carrera. “Tienes que estar bravía para que la multitud te note” repito. Ese será mi mantra esta mañana.

Llego al Parque del Indio y termino mi recorrido. Paro, recupero el respiro. Comienzo los ejercicios de estiramiento.No son las siete de la mañana y el parque está lleno. Viejos con perros. Un surfer/bugarrón con camiseta de wife-beater y sombrero de paja se fuma un cigarillo mientras contonea su cuerpo cucador. Se levanta la camisa para mostrar sus abdominales de dios. Dos dominicanos cincuentones, canosos ambos, mucho más hermosos que el bugarrón, se me quedan mirando. Una extraña pareja cruza la avenida y se acerca, cámara en mano. Paro de estirarme. Señora de cintura minimísima, libras de moño y de falda de mahón hasta los talones a la usanza pentecostal, muchacho vestido de rapero, blanco, con una estrella "Converse" afeitada en la nuca. El muchacho arrastra los pies, desganado. La madre lo ha obligado a acompañarla a ver las marejadas. Su único hijo, su retoño. Ella lo pastorea a rienda corta “para que no se lo dañe la calle”. Se nota. Se me trinca el pecho. Mi madre y Juan Carlos se sientan en uno de los bancos de ese mismo parque. Miran hacia el mar. Comentan las altas marejadas. Mi madre pastorea a rienda corta a su único hijo varón. Lo va a buscar a los puntos, a la calle que terminó por devorárselo. Muerte por sobredosis a los 36 años. Desde los 19 en centros de rehabilitación y cárceles. “Cuando me vaya, cuídalo tú, hija”. Y se fue. Hoy es Viernes Santo, grandes marejadas. Según las noticias, las olas se avecinaban.

“Tienes que ponerte bravía para que te note la multitud. Para que te venga a saludar. Para que reconozcan tu fuerza infinita.” La Madre toma dos fotos y respira profundo. El hijo espera. “Vámonos” le ordena. El muchacho emprende retirada. Se sacude la arena de los tenis Puma Old School verdes y amarillos. Las tenis siguen llenas de arena. Sumerge levemente las suelas en una alcantarilla de agua aposentada. Pisa con fuerza la brea, el pavimento. Es hora de regresar a casa, pienso. Tengo que dar pecho, pienso. Sigo a la pareja. Los veo montarse en una guagua blanca con spoilers recién lijandos con bondo. Guagua como de taxistas. La Pastora y su hijo se ponen los cinturones de seguridad mientras yo les paso por el lado. O será la guaga de la congregación. Me imagino a la Madre, iracunda, dando su testimonio en el proscenio del Templo. Desde el púlpito. Desgreñada, hablando en lenguas, es poseída por el Espíritu del Señor. Pienso en el hijo, atemorizado ante el despliegue de la Madre. Avergonzado y a la vez temeroso, no quiere verla así. Prefiere que sea la señora compuesta, de moño y falda de mahón larguísima, agarrándole, silenciosa, las riendas. Ella sabrá donde él tiene que parar.

Mater Irae. Loba y leona. Sólo así te notan, Madre. Quizás Mariana Febres, si hubieras desatado aún más tu ira, estarías viva ahora, conmigo ahora, mirando el mar. Conmigo, tu hija y la hija de tu hija. No te recrimino. Desde el otro lado, posees de nuevo a tu hijo en el vientre. Vientre de la sombra, estás muerta y tu hijo late inverso desde ti. Los dos duermen en el mismo panteón. Yo que antes no te entendía, comprendo ahora. Tengo a Lucián. Lo llevo y tengo que contenerme para no apretar las riendas. No querer quitárselo a la calle, metérmelo de nuevo en el vientre, donde esté seguro de las balas, de la droga, de la terrible fascinación por la destrucción. ¿Por qué serán así los hombres? ¿Por qué los llama el puño y la fuerza desde nacimiento?

Abro el,poprtón. Desde abajo oigo que la nena llora. Me apresuro a ser la madre. Jadeante y sudorosa. Salada. Tierna fiera, jadeante y sudorosa.

1 comentario:

Pedro Mairal dijo...

mayra poderosa! siempre sorpendièndome con lo que escribís. un abrazo muy grande.