Amigo televidente, ¿te entretienes?
Las 4. Hora del café. Las 6. Regreso a casa. Enciende la tele. Prende la radio. ¿Qué se escucha? Noticias: Asesinatos. Violencia. Corrupción. Desastre. Epidemia. El diario vivir. Uno creería que tocan la misma grabación cada día. ¡¿Pero acaso no escucha, amigo televidente?! Ese es el sonido que produce un árbol cuando cae en un bosque. Ni ellos se salvan de los despidos masivos. Ahora que desmantelan los guardabosques por falta de dinero, nadie cuidará de sus troncos. Su carne quedara corrupta por parásitos. Ése sonido tan sutil. Se le escapa, amigo televidente. ¿No escucha como la enfermedad abate a su vecino? Su sangre bulle con alcohol y furia. Los niños gritan con tan solo escuchar el tintineo de la correa. La verja de concreto lo oculta todo. Que se lo trague la noche.
No se confunda, amigo mío. Ese dinero, fresco y recién hecho que aparece en la televisión no va para tu bolsillo. Los Franklins prefieren la seda y esas manos suavecitas del hombre de cuello blanco. El único sucio que tiene bajo las uñas es el que recoge cuando arrasa tus contribuciones. Como le brillan los ojos cuando te vende la idea de un futuro hueco. ¿Qué es ese escándalo? Ah, televidente, son estudiantes… o terroristas. No se sabe por cierto. Pero es curioso que los corran dentro de su propia universidad. Con una macana en mano, los persiguen y aplastan para establecer paz. Un orden donde alguien se canta vencedor. Esa muchacha, de la edad de tus sobrinos y ahijados, llora con las heridas abiertas mientras su cuerpo agotado cuelga de brazos de hierro.
Así mismo es. Le cuento que tiraron a esas muchachas descuartizadas en la autopista sin remordimientos. El mundo de la droga no está tan lejano. El lenguaje del plomo y el soborno se habla tanto en la alta clase como en la baja. Las mulas y prostitutas son el pan de cada día allá arriba. ¿Se cree que esto es una película, amigo televidente? Yo tengo que mirar dos veces. Creo que alguien me escribe dentro de un cuento fantástico. Pues sepa usted que no lo es. Es su tierra. Su barrio. Su comunidad. Su familia. Su país. Esta también es su realidad. Aunque se sienta usted tan cómodo en ese sillón porque la tele lo aísla todo, la lucha esta frente a su patio.
En el cine todo acaba con un atardecer y los títulos de crédito pero no crea que la acción seguirá hasta romper con un clímax y que luego llegue esa resolución. No se requiere un héroe para traernos la tan necesaria salvación. Todo lo contrario. Son las masas quienes nombran al líder y por lo tanto, es el pueblo quien tiene el poder. Solo hace falta la voluntad. Un querer rescatar esta sociedad que se derrumba. Restaurar esa calidad de vida donde el estudiante estudie, el niño juegue y el gobierno brinde un sentido de seguridad. La comunidad a por la comunidad.
Te digo, amigo que me lees: agarra la información que se desborda por las bocinas. Crea una conciencia por las injusticias y abusos que saquean por doquier. Por favor, levántate y abandona el título de “televidente” para lucir ese de “amigo puertorriqueño”.
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