viernes, 7 de diciembre de 2012


JADEANTE Y SUDOROSA 11

Hoy regresé al cuerpo. No corrí. Tengo que volver a la brea poco a poco. Tomé una clase de spinning. La música estaba altísima, la luz muy baja. La propuesta de la clase era sencilla:   entrar, estirar, oir música que impidiera toda cosa que no fuera el enfoque en el ejercicio. Cero conversación; cero "los otros". La clase invitaba a la experiencia sencilla del yo con el cuerpo.  O mejor dicho: del yo, una maestra con las tetas hechas, un altoparlante, varios otros ciclistas virtuales, de embuste, montados  en su respectiva bicicleta estacionaria, y el cuerpo.

La clase reunía diversos especímenes de animales de cuidad; animales tecnológicos buscaban sudar, pagaban por sudar. Queríamos que nos dirigieran la experiencia  de "correr bicicleta" para maximizar su efectividad. Pero el fin no era el traslado. Nos dirigían otros fines: quemar calorías,  socializar en un ambiente "seguro" y "controlado", subir el ritmo cardiovascular apapado por nuestros trabajos sedentarios.

Yo fui a la clase, debo admitirlo, buscando otra cosa.

Otra vez había caído presa de los tiempos de la producción . Hacer, lograr, producir, impactar. Me olvidé del cuerpo. Caí presa del trabajo y de su contraparte, la gratificación del consumo. Si logras esto, te ganas aquello. Si produces, consumes. Pero eso no es el disfrute. Eso no es la experiencia de la carne.

Necesitaba regresar a la carne. El cuerpo me lo pedía, el cuerpo engarrotado con carpal tunnel, bursitis en el hombro, cuello tieso de tanto escribir; cabeza apabullada de tanto pensar.

Yo buscaba regresar a la carne,  bailar desde la carne. Vivir desde la carne. Necesitaba regresar. Y claro, sudar un poco en un ambiente "seguro y controlado", bajar calorías, todas las anteriores. También soy animal de mi especie. Frívolo animal de la cuidad. Aunque escribo.

La carne es energía y por lo tanto, propone una experiencia  extraña; una  que la cultura occidental tiende a llamar "espiritual". El problema es que siempre se piensa lo "espiritual" como trascendencia del cuerpo y por las vías reconocidas del "esp íritu". Lo teocéntrico de raigambre judeo-cristiana y musulmana impone la senda. El reconocimiento de otras culturas y sus racionalidades, de sus culturas y sus "espiritualidades" existe; pero hasta ahí llega el operativo. Es el reconocimiento de una vacía "diversidad". No  incluye el estudio de esas culturas,  la inclusión de estas otras experiencias, discursos, saberes en la cultura propia.

Obviamos lo que nos enseñan  los derviches que danzan para alcanzar a Dios, los tambores que recuerdan el latido del mundo e invitan a moverse, a orar desde ese latido.

La alegría de la carne existe y no es primitiva, ni pecaminosa, ni incomprensible. Existe y vive entre nosotros. Propone el perderse en el universo que es la carne, la realidad pre-linguística;  alcanzar ese descendiento y esa disolucieon del ego en la materia; eso que narra Maria Luisa Bombal en las últimas p áginas de "La Amortajada". Es trascender hacia abajo, hacia la materia que late y se consume, se regenera y brilla. Es bajar hacia lo fractal nano-atómico como experiencia de existencia. Y desde allí danzar.

Y todo esto andaba buscando en mi clase de spinning, se los juro. Quizás porque la noche anterior había ido a la presentación de un libro de poemas acerca de Angelus Silesius. La presentación del libro de poemas- hecho por Angel Dario Carrero, padre franciscano- fue una celebración del espíritu como "sin razón". De la cultura como "sin razeon" y de la espiritual experiencia de lo bello. "La rosa florece porque florece/ no obedece razón alguna. No se mira a sí misma". Esos versos del monje del siglo XVI eran los que animaban la presentación. Hableo nuestra reconocida crítica Luce López-Baralt de poesía mística, Paco Pepe  , el gran filósofo, se enfoceo en la discusión del CONCEPTO (casi hegeliano, casi el ser en sí y para sí, es decir dios como razón y lenguaje y la insuficiencia del lenguaje como motor mutantis de la poesía. Y yo me sentí extrañamente incómoda.

Quería sentirme feliz, pero salei ansiosa. Feliz por Dareio, por su triunfo. Ansiosa por mei y mi lugar en esa celebración.

Debía sudar; es decir pensar desde otra coordenada.


Era la incomodidad de siempre. Era la mujer pensante que reconoce el discurso Occidental; pero que no se siente cómoda allá adentro. No puede evitarlo.   Intenta no darle peso, pero no puede evitar ver ese discurso cada vez más insuficiente. Cada vez que lo ve estas operaciones dominantes de la Cultura Occidental y sus ánimos de trascendencia y unión con lo inefable, esa mujer que piensa negra, oscura, desde adentro , termina perguntándose  lo mismo : ¿Es que acaso hay que  "trascenderse" para poder participar de todo esto; de esto que todos aplauden como La Cultura Occidental y sus sistema de validación y autolegitimación? ¿Es que desde aquí, en esta isla perdida del Caribe solo nos queda celebrar  las corrientes filosóficas alemanas, la teología y la cultura barroca así, nombrándonos como legítimos herederos (que lo somos) pero... ? Sé que somos parte de esa cultura occidental- nuestro importe de entrada lo hemos pagado con sangre; pero ¿es eso lo único? No puedo olvidar las conversaciones con Noé Jitrik, el filósofo y crítico argentino que me recuerda: "las civilizaciones derrotadas tienen que aprender a olvidar para poder sobrellevar su propia supervivencia".

Pero , Dios mio, este es el cat álogo de opciones- ¿quedarnos con la historia paralela u olvidar? Sumarnos y olvidar. Nombrarnos como pura diferencia y olvidar. Si, somos los derrotados- la pequeña ilsa colonizada por siglos con menos de 8 millones de habitantes entre diáspora y estancia. Eso somos; mero átomo en el universo. Y para sobrellevar nuestra existencia, ¿tendremos, como única salida, olvidar esa experiencia innombrada, que no entra en el lenguaje de la "occidentalidad"?

Fui a dejar todo eso en la clase de spinning; olvidarme de las preguntas incómodas. Regresar a esa experiencia triste y dulce que es saber que existe otro saber que no se nombra pero que subsiste desde la piel, los músculos, los huesos, lo oscuro, esa incómoda diferencia que no se nombra. Quería descender.

La materia es energía. Volver a ella desata palabras, al menos en mí. Esa otra energía me atrapa. Entonces escribo desde el eje que supone para mi acceder al lenguaje fuera del tiempo de la producción. Regreso al tiempo del arte como experiencia de creación. Me hacía falta.

Terminé mi clase de spinnig sudada y feliz. Serena y reconciliada. Aún no me he bañado y apesto a rayos. Pero no quería dejar ir esto. Esta experiencia del regreso. Este sentarme frente al teclado y danzar. Esta escritura desd el cuerpo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Wow, es la primera vez que leo un artículo tuyo y me parece único e impresionante, Mayra. Eh leído una y otra vez oraciones que no entiendo ni con ayuda divina y sigo leyendo y termino el rompecabezas. No sé si me entendiste pero creo que sí. Espero que sigas produciendo con ese talento innato. Se te aprecia.